Lo difícil de entender (y lo necesario de pensar)

La clave, para mí, está en la libertad. En que cada persona —trans o no— pueda construir su identidad sin presiones externas, sin etiquetas heredadas, sin tener que rendir cuentas a nadie sobre lo que es o cómo lo expresa

12 de agosto de 2025 a las 19:11h
'Lo difícil de entender (y lo necesario de pensar)', un artículo de Juan Miguel Garrido Peña.
'Lo difícil de entender (y lo necesario de pensar)', un artículo de Juan Miguel Garrido Peña.

Antes de empezar, quiero dejar algo claro: no soy un experto en teoría de género ni en identidades trans. No vengo desde el saber académico ni desde una verdad definitiva. Pero sí me siento parte activa del movimiento de hombres por la igualdad, y desde ahí nace esta necesidad de pensar en voz alta sobre algo que sigue generando ruido, incomodidad y, a menudo, confusión.

Hablar de identidad y género en estos tiempos no es sencillo. Es terreno movedizo, donde abundan las dudas y escasean los consensos. Y dentro del propio movimiento en el que milito —hombres que cuestionamos la masculinidad tradicional y apostamos por la igualdad— también hay miradas encontradas.

Algunos compañeros sostienen que, si nuestra lucha tiene como horizonte abolir el género como sistema opresivo y generador de desigualdades, entonces aceptar que las personas trans asuman roles tradicionales de género (ya sean masculinos o femeninos) es, en cierta forma, contradictorio. Que, si una mujer trans adopta lo que históricamente se ha considerado “femenino”, estaría reforzando la misma lógica que queremos desmontar. Entiendo esa lógica, pero no la comparto.

Porque me parece que esa postura parte de un ideal muy difícil de aterrizar en el presente. Hablar hoy de la abolición del género como una meta alcanzable a corto o medio plazo suena más a un sueño que a un horizonte realista. La realidad, con sus inercias históricas y culturales, sigue dividiéndose entre lo masculino y lo femenino. Y eso no va a desaparecer de un plumazo, por mucho que lo deseemos.

Además, creo que no todo lo que se asocia al género —y hablo sobre todo del masculino, que es el que me interpela— es necesariamente negativo. Tener una estética masculina no es dañino en sí mismo. Lo nocivo es cuando esa masculinidad se define desde la violencia, el poder, la negación de los afectos, el desprecio por los cuidados. Igual que es dañino asumir, como lo ha hecho históricamente la feminidad, el rol de sumisión y servicio hacia lo masculino.

Creo firmemente que una mujer trans puede abrazar lo que históricamente se ha considerado femenino —la estética, el cuidado, la sensibilidad— y vivirlo como una elección libre, no como una imposición. Y del mismo modo, un hombre trans puede sentirse cómodo con elementos del imaginario masculino sin por ello reproducir actitudes machistas o violentas. Lo que importa es la conciencia y la libertad con la que se asumen esos rasgos.

La clave, para mí, está en la libertad. En que cada persona —trans o no— pueda construir su identidad sin presiones externas, sin etiquetas heredadas, sin tener que rendir cuentas a nadie sobre lo que es o cómo lo expresa. Habrá quienes combinen elementos tradicionalmente asociados a uno u otro género; quienes se identifiquen claramente con uno; quienes no se reconozcan en ninguno; o quienes se identifiquen con nuevas formas de ser, como el llamado “tercer género”.

No es el género lo que importa, sino la identidad. Lo que cada persona siente que es. Y que pueda vivirlo con autenticidad, con libertad, sin miedo, sin tener que justificarse.

Asumir los valores amables de los géneros tradicionales —la ternura, el cuidado, la empatía— no es en sí tóxico. Lo que sí debemos rechazar son los roles que han servido históricamente para sostener desigualdades, discriminaciones y violencias.

Tal vez ha llegado el momento de dejar atrás esa vieja clasificación cerrada de lo que es “ser hombre” o “ser mujer”. Dejar de encasillar personas en moldes que ya no nos sirven. Y empezar a pensar en estos conceptos como espacios abiertos, habitables, flexibles, donde quepan todas las formas de ser. Incluyendo, por supuesto, a quienes no se sienten ni hombres ni mujeres, y que tienen el mismo derecho a existir, a expresarse y a vivir en plenitud.

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