El humor, sea del color que sea, ha sido, en todo momento, una eficaz válvula de escape contra todas las miserias padecidas por el hombre.
No hay duda de que si por algo nos caracterizamos los españoles es por nuestra capacidad para sacar punta a las situaciones más descabelladas. Cada capítulo de esta historia, por trágico que fuera, ha quedado retratado por nuestro más ácido sentido del humor. Y esta visión satírica del Mundo se ha convertido, con el paso de los siglos, en una de nuestras más profundas señas de identidad como nación.
El chiste, como la poesía, siempre ha sabido aparecer, cuando más se le necesitaba, para abrir una puerta a la esperanza. El humor, sea del color que sea, ha sido, en todo momento, una eficaz válvula de escape contra todas las miserias padecidas por el hombre. Y es que, como recogen los estudios de la Universidad de Wolverhampton, llevamos toda la Historia riéndonos los unos de los otros. Tal es así, que el primer chiste conocido surgió en la antigua Sumeria y data del año 1900 A. C.
Arrastramos pues un bagaje milenario de sátiras contra el poder establecido. No hay en la historia un gobernante que haya escapado del feroz látigo del humor, del faraón de Egipto al Emperador de Roma, del señor feudal al Califa. Siempre ha existido un comentario jocoso que sirviese como bálsamo a la represión del poderoso.
No sé muy bien cómo, pero después de siglos de evolución y revolución social, en esta Europa progresista y democrática, vuelven a estar de moda las tijeras de la censura.
Al principio me tomé la Ley Mordaza como una broma más. Una medida desesperada para curar el miedo con miedo. Confieso que, cuando empezaron a repartirse multas y penas de prisión por simples comentarios satíricos, en lo primero que pensé fue en Victor Jara y en las cuarenta y cuatro balas que acabaron con su vida, pero nunca pudieron callar su voz.
Hay momentos que se vuelven insostenibles y que ni siquiera el humor puede aliviar y sospecho que la aplicación de esta ley es uno de ellos. Por alguna misteriosa razón, los mismos señores que viajaron a Francia representando a nuestro país en pro de la libertad de expresión como principio sagrado (esos que gritaban a viva voz el famoso “Je suis Charlie”), ahora tapan con cinta americana la única válvula de escape que le queda a esta olla a presión en que vivimos.
No puedo evitar pensar en mi madre diciéndome que tenga cuidado con lo que escribo. Lo siento, pero el corazón me pide expresar mi inconformismo y no puedo dejarlo insatisfecho. Por eso me pregunto: Sí no les gusta el humor negro que les salpica con verdades ¿Por qué atacan al pueblo con su humor macabro? Sí les parece que un tweet humorístico, un meme o un monólogo pueden ser apología del terrorismo o del maltrato ¿Por qué nos maltratan sembrando el terror con leyes de otro tiempo?
Sí hacer humor, como ya lo hicieran Gila o Mingote, es un acto de traición contra la Patria ¿Qué es subir la luz en plena ola de frío? ¿Qué es sacar a patadas a una anciana de su casa? ¿Qué es reventar la hucha de las pensiones? ¿Qué es hundirnos en la ruina?
Podría seguir hablando pero me callo, no por miedo sino por vergüenza. Vergüenza de ver que se condena a los inocentes, mientras los verdaderos criminales nos siguen saqueando y maltratando día a día, como si nuestras vidas fueran manchas de barro en sus zapatos. Vergüenza de que en un país supuestamente democrático se nos estén robando nuestros derechos y libertades fundamentales. Y sobretodo vergüenza de ver cómo, en lugar de protestar, seguimos tomándonos a risa la soga que nos estrangula.
Sí, son días negros para el humor, tal vez ya sea hora de ponerse serio.


