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Nuestra ciudad está lejos de esa situación de colapso que viven otras ciudades, pero no nos engañemos: Jerez tarde o temprano terminará afrontando el mismo problema a su nivel.

Me da muchísima rabia que los partidos políticos se inmiscuyan en las labores de los colectivos sociales. Y me enfada todavía más que, no contentos con eso, se apoderen y desvirtúen esa labor, ofreciendo a la opinión pública una imagen que en absoluto es la que se pretende presentar. En España hay muchas personas, muchas de toda la geografía nacional, que llevan años advirtiendo de los nefastos efectos y la no sostenibilidad del turismo masivo, incontrolado e ilegal. Pero es ahora, momento en el que partidos radicales de Cataluña y el País Vasco se han metido por medio y han empezado a agredir directamente a los turistas, cuando ha saltado a la palestra ese término interesado y absolutamente demagógico que se llama turismofobia.

Vaya por delante que condeno enérgicamente esos actos de vandalismo que se están produciendo en aquellas ciudades donde el turismo, no lo olvidemos tampoco, ha colapsado. Atacar a los turistas es como lo que está sucediendo en Jerez con las zonas ZAS y los residentes, ir flechado contra el eslabón débil de la cadena, contra el colectivo que menos responsabilidad tiene de los incumplimientos de los demás. Pero las agresiones tienen un trasfondo que es el que hay que sacar a la palestra y sobre el que se puede montar un interesante debate de una cuestión que es mucho más importante de lo que parece. Para mí la clave la está dando la presidenta de Acoje, Nela García, de forma recurrente y martilleante a través de las redes sociales durante estos días: sí al turismo de calidad, regulado y controlado. Esos tres requisitos, si se llevaran a la práctica, alcanzarían esa nueva palabra mágica actual: sostenibilidad. Porque lo contrario, a pesar de que se vean calles, bares y hoteles repletos en Barcelona, por ejemplo, termina redundando negativamente, muy negativamente en la propia ciudad, que debe afrontar unos gastos que el turista ilegal ni paga ni se responsabiliza de ellos, sobre todo en lo que a términos de limpieza, consumo de agua potable o contaminación se refiere, sin contar otros como el transporte público o la conservación patrimonial, que no son cuestiones baladíes.

Pero los políticos, ávidos de cámaras y flashes perennemente, no han dado la oportunidad de hablar sobre ello. Han inventado ese término, turismofobia, que injustamente mete en el mismo saco a los vándalos y a las personas que aguantan un sufrimiento insoportable y que se muestran contrarios a ese turismo ilegal de manera pacífica. Como impulsado por un resorte oscuro, Rajoy salió en los medios diciendo eso de que “siempre estaré al lado del turismo”. ¿Cómo puede un presidente del Gobierno decir semejante sandez, sabiendo que existe todo ese negocio oculto que está matando a la gallina de los huevos de oro? Un político serio hubiera dicho: “yo siempre estaré a favor de la legalidad y, por consiguiente, en contra de la ilegalidad, se llame turismo o no se llame turismo”. Pero, claro, era más importante la foto que el debate, el mirar hacia otro lado en lugar de afrontar un problema. Era más importante, en fin, ser necio que ser político de verdad. Mientras tanto, los propietarios piratas de pisos no registrados como turísticos siguen haciendo de las suyas, no declarando ni un solo euro y provocando el sufrimiento de los vecinos colindantes, que deben soportar el mal e incívico comportamiento de estos turistas que no dejan más beneficio que la desolación a su paso. Eso pasa porque en este país pensamos que controlar es cobrar impuestos, por eso se aprobó en Andalucía esa norma para que afloraran los apartamentos turísticos. El problema es que controlar es algo más, mucho más que eso: es inspeccionar, es mantener a raya a Airbnb, es sancionar al tramposo. En definitiva, es hacer lo que se debe hacer, aunque ello suponga echarse a todo un sector encima. Tener anchura de miras, al fin y al cabo, en lugar de cegarse con ese pan de hoy que mañana traerá una hambruna imposible de cuantificar. No aprendieron nada de la explosión de la burbuja inmobiliaria y todos sufriremos en el futuro los nefastos efectos del reventón de la burbuja turística por la falta de capacitación y competencia de unos asquerosos políticos nacionales que sólo viven pendientes de puertas giratorias, sobres con dinero negro y concesiones de obra pública a cambio de algo como contraprestación a la falta de ideas que día tras día practican y transmiten.

Los medios de comunicación banalizan la cuestión. Oímos a los tertulianos de siempre, en radio y televisión, diciendo eso de que ese turismo ilegal y molesto es minoritario, cosa que es cierta. Si ese es el argumento para zanjar la cuestión, ¿por qué llevamos años soportando todo lo que se está hablando sobre Cataluña, siendo esa región minoritaria respecto al resto del país en número de habitantes y siendo dentro de ella una minoría, como se proclama siempre, la que ha provocado el problema? El turismo actual es la vida del Rey Juan Carlos de hace veinte años: ni se habla de él ni se le critica, aunque se sepa que tiene partes deleznables. Flaco favor a la profesión y a la sociedad se le está haciendo.

En Jerez hemos visto estos días que el Clúster turístico ha puesto en marcha una campaña contra la turismofobia, lógicamente desconociendo la existencia de ese sector mayoritariamente pacífico que clama por un turismo sostenible. Pero es loable y exportable esa frase que resume toda la campaña, porque no hay que cansarse de repetirla: sí al turismo calidad, regulado y controlado. Yo desde estas humildes líneas agradezco y comparto ese enfoque y esa finalidad. Porque nuestra ciudad está lejos de esa situación de colapso que viven otras ciudades, pero no nos engañemos: Jerez tarde o temprano terminará afrontando el mismo problema a su nivel. Es bueno tener un sector turístico concienciado. La duda, como siempre, es si el político de turno estará a la altura de las circunstancias. Más que duda, lo terrible es la inquietud por saber que eso nunca sucederá.

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