Fotograma del documental acerca del emérito 'Yo, Juan Carlos, rey de España' TVE.
Fotograma del documental acerca del emérito 'Yo, Juan Carlos, rey de España' TVE.

Con una cierta frecuencia, demasiada quizás en los últimos meses, la actualidad política, social o económica se convierte en una oportunidad dorada para el desahogo de nuestras fantasías contenidas. Es este una especie de deporte de riesgo extremo que en los últimos años se ha convertido en el preferido por una parte significativa de la ciudadanía española con la inestimable colaboración de las redes sociales y los medios difusores de fake news a golpe de talonario interesado en tal pretensión.

El resultado más constatable de esa práctica es la creciente polarización de la sociedad española que amenaza con convertirse en fractura social, el caldo de cultivo perfecto para las formaciones políticas más radicales a uno y otro lado del espectro ideológico, con la consiguiente pérdida del análisis racional de los acontecimientos y su suplantación por el hooliganismo más sectario, cargado de ansias de confrontación y aniquilamiento del contrario.

Esta semana esa manera de entender la vida, más propia del monólogo de Hamlet que del dilema clásico de la tragedia griega que llevara a Antígona a perder su vida, se ha apoderado del debate político hasta el punto de vernos obligados a elegir entre monarquía parlamentaria o república como si en ello nos fuera la vida, cuando está más que meridianamente claro que la vida nos está yendo en otras cosas como la pandemia que no termina de remitir y sus consecuencias económicas y sociales que todavía no se han mostrado en superficie con la crudeza con la que podrían hacerlo en un futuro cercano.

No es momento de cuestiones de fe para demostrar quien es mas republicano o quien más monárquico, ni tampoco lo es de escudarse en la llamada “doble alma”, y todo porque quien fuera rey de España ha decidido por su cuenta y riesgo marcharse de nuestro país después de que la fiscalía del Supremo haya abierto diligencias para investigar presuntos comportamientos corruptos. Lo que ahora interesa a la ciudadanía es que la Justicia, en este como en otros muchos casos, llegue hasta el final y si Juan Carlos I resultara  culpable que lo pague como cualquier otro ciudadano o ciudadana de este país.

Pero esto, que sería lo lógico, se ha convertido en una nueva oportunidad para el enfrentamiento político más vergonzante y las consecuencias sociales que ello acarrea en el presente y en el futuro más inmediato. El “podemismo” ha saltado como un resorte haciendo de la marcha de Juan Carlos I la clave de bóveda de la construcción de la Tercera República, no hay más que ver como la acorazada morada ha puesto en marcha todas sus tropas con personajes como Kichi, en su horas más bajas como alcalde a la búsqueda de su minuto de gloria. 

De otro lado la derecha extrema y la extrema derecha convirtiendo en héroe al presunto culpable llorando como Boabdil la pérdida del reino y disparando hasta al pianista. Detesto por igual a unos y otros por su desprecio oportunista de la Constitución vigente, por su intento suicida de seguir polarizando la convivencia de los españoles y españolas sin importarles ni los riesgos que eso conlleva ni el difícil momento que vivimos, porque desde mi modesto entender al rey Juan Carlos ningún gobierno lo ha echado como acusan las derechas más extremas, ni se han producido circunstancias que permitan hablar de exilio como predican los medios afines a esas derechas, ni es un prófugo, como argumenta la izquierda radical, porque no hay pronunciamiento judicial que así lo pudiera considerar.

Juan  Carlos simplemente se ha marchado porque le ha dado la real gana como en tantas otras ocasiones o así se lo ha sugerido la Casa Real. Por todo ello es por lo que siento indignación, por los unos y por los otros, y pena, mucha pena por los de la “doble alma” con los que conviví y trabajé tanto tiempo. 

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