La canciller alemana Angela Merkel ha vuelto a dar una bofetada sin mano a sus correligionarios de las derechas europeas que no dudan en flirtear con la extrema derecha a la hora de formar gobiernos. Una lección en toda regla ha sido su pronunciamiento sobre la obligación, más allá de la necesidad, de que el recién elegido presidente de Turingia, uno de los landers de la antigua Alemania del Este, debe presentar su dimisión del cargo al que ha accedido con el apoyo de AFD, el partido de ideología nazi, y de la propia CDU, el partido de Merkel.
En Turingia, en las elecciones del pasado octubre, la izquierda ganó aunque sin la mayoría suficiente para formar gobierno mientras que el partido liberal FPD, del recién elegido presidente Kemmerich, sólo obtuvo el 5% de los votos a pesar de lo cual quiso pescar en río revuelto y a fe que lo consiguió rompiendo el cordón sanitario que todos los partidos alemanes habían aplicado a la extrema derecha.
Turingia busca ahora el camino para disolver su Parlamento y convocar nuevas elecciones que sean capaces de lavar la afrenta vergonzosa. Qué falta nos haría en España una Merkel capaz de poner orden en ese tiovivo desbocado en el que las derechas españolas de PP y Ciudadanos han convertido la formación de gobiernos en comunidades y ayuntamientos de la mano de la extrema derecha de Vox.
Las consecuencias de esa ambición de poder a cualquier precio ya se vienen haciendo notar. La aprobación de los presupuestos en Andalucía son el mejor ejemplo de la sumisión al chantaje de la extrema derecha que viene siendo la práctica habitual en todas las instituciones donde fueron determinantes para arrebatar el poder a la izquierda, llámese Comunidad de Madrid o el propio Ayuntamiento de la capital.
El debate de estos días en la Asamblea de Madrid entre la presidenta popular Díaz Ayuso y la portavoz de la extrema derecha Rocío Monasterio ha dejado bien a las claras la estrategia del chantaje permanente de la extrema derecha y el tancredismo complaciente del Vicepresidente de la Comunidad, el político naranja Ignacio Aguado, el gran convidado de piedra de la terna derechista. Quienes pensaron que los extremistas de Vox se iban a convertir en los pagafantas de ese matrimonio de interés entre Partido Popular y Ciudadanos se equivocaron de principio a fin.
Ni Pablo Casado es Merkel ni los huérfanos de Albert alcanzan más allá de la guerra fratricida a la que están abocados de la mano de los Girauta y Villegas de turno o los excesos verbales de Arrimadas que sólo sueñan con lograr un lugar bajo el sol del Partido Popular, hecho harto difícil con tanto nubarrón como planea sobre Casado en forma de ascenso de Vox en las encuestas.
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