Vista de unas azoteas, durante el estado de alarma. FOTO: MANU GARCÍA
Vista de unas azoteas, durante el estado de alarma. FOTO: MANU GARCÍA

Al ser humano siempre le fascinó conocer la cara oculta de la luna. Ya a mediados del siglo pasado conocimos fotografías de esa casi mitad de la luna que nunca se nos muestra por el simple hecho de que tarda el mismo tiempo en dar la vuelta sobre si misma que en hacerlo en torno a la tierra, simple cuestión de gravedad no uniforme.

Pero en estos días pareciera que la cara oculta de la luna del ser humano, valga la metáfora si se quiere rebuscada, se nos muestra en todo su esplendor con sus bondades que son muchas y sus maldades que aunque no sean tantas si son más ruidosas y perversas.

El coronavirus, con el que convivimos sin pretenderlo ni mucho menos desearlo, hace estragos en nuestra sociedad, en nuestros amigos, en nuestras familias y en nosotros mismos. Destruye nuestros medios de vida, arrasa con nuestras relaciones sociales y ha acabado por ahora con nuestro mundo afectivo.

Y en ese páramo situado en la cara oculta de la luna es donde aparecen no ya los cuatro jinetes bíblicos del Apocalipsis sino también una legión de caminantes blancos que buscan minar la confianza del ser humano en sí mismo para superar cualquier adversidad por muy terrible que esta sea y la que vivimos lo es.

Frente a los aplausos de la esperanza que fluyen desde nuestros balcones como bálsamo capaz de reparar el desfallecimiento de quienes luchan en primera línea con demasiada frecuencia aparece por cualquier red social que se precie intentando disfrazarse de verdad el terrorismo sicológico de viles desalmados victimas de su propia desesperanza y en demasiadas ocasiones intentando minar a quienes tienen la responsabilidad nada fácil de dirigir esta lucha contra el mal.

Ocurre que gente que hasta ayer nos pareció normal se nos aparece hoy como auténticos lunáticos pero de los de la cara oculta. Ahora más convencido que nunca de cuanta verdad había en las palabras del desaparecido Umberto Eco cuando afirmaba: “El drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”.

A la vista de lo cual, hoy, en el momento que buena parte de la humanidad sufre, de una u otra manera, el terrible ataque de la enfermedad, conviene seguir recordando sus palabras: “Pero ahora todos los que habitan el planeta, incluidos locos e idiotas, tienen derecho a la palabra pública”. Y os aseguro que quien esto afirmaba nunca oyó hablar de Spiriman ni de caminantes blancos de la cara oculta de la luna.

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