Felipito Takatún y el Tribunal Constitucional

La derecha judicial ha utilizado malas artes para perpetuarse en sus posiciones en beneficio de la derecha política sin darse cuenta de que desnudaban con ello todas sus miserias ante la ciudadanía

El presidente del TC, Pedro González-Trevijano, y el rey Felipe VI, en una imagen de archivo.
El presidente del TC, Pedro González-Trevijano, y el rey Felipe VI, en una imagen de archivo.

A principios de la década de los 70 desembarcó en España un cómico argentino llamado Joe Rigoli que se hizo famoso en la única televisión que en aquellos momentos existía en nuestro país. El éxito del actor se produjo por sus actuaciones, entre otros, en el popular Un, dos, tres... donde su personaje más famoso, Felipito Takatún, siempre se despedía con un “yo sigo” acompañado de muecas forzadas que provocaban la risa del espectador.

Ahora, cuatro décadas más tarde, el espectáculo ofrecido por las mayorías conservadoras del Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial ha traído a mi memoria aquel personaje cómico y grotesco con su estribillo rozando lo patético. Jueces a los que se presumía la dignidad profesional más exquisita han hecho de Takatún su oscuro objeto de deseo hasta el punto de hacernos ver la cara oculta del poder judicial que podíamos intuir pero que nunca pensábamos pudiera aflorar a la superficie de la actualidad política española.

La connivencia estratégica de la derecha política y esas mayorías conservadoras de la justicia española se ha mostrado capaz de provocar el secuestro del ejercicio democrático por parte de la soberanía popular residenciada en las Cortes Generales con la suspensión del debate parlamentario que debía decidir en el Senado lo ya acordado en el Congreso de los Diputados, la reforma legal que devuelva la constitucionalidad a los miembros de ambos órganos judiciales con la renovación de los cargos ya caducados desde hace meses o años.

Resulta cuando menos vergonzante que relevantes cargos y miembros del Tribunal Constitucional se hayan convertido en jueces y partes de su propia continuidad apareciendo como aquellos famosos conejitos de Duracell que duraban y duraban mientras los demás terminaban agotados. Tiempo habrá para que la mirada histórica ofrezca la verdadera perspectiva de lo que ahora el vértigo de los acontecimientos sólo permite contemplar superficialmente. La derecha judicial ha utilizado malas artes para perpetuarse en sus posiciones en beneficio de la derecha política sin darse cuenta de que desnudaban con ello todas sus miserias ante la ciudadanía española que está asistiendo atónita y perpleja a esta performance judicial.

Y si la actuación de la mayoría conservadora en el Constitucional ha dejado de manifiesto esa clara connivencia entre derecha judicial y política, no menos clara al respecto viene siendo la actuación de la mayoría conservadora en el Consejo General del Poder Judicial que esta misma semana viene protagonizando un esperpento digno de la pluma de Valle-Inclán. Con el mismo fondo, la perpetuación en cargos ya vencidos, y casi las mismas formas, retorcer hasta lo indecible la legislación vigente, nos llevan de sorpresa en sorpresa hasta el estallido final con un juego, ahora si renuevo ahora no renuevo, que resulta ya altamente pestilente para la salud democrática de nuestro país.

Si el pasado año fue la monarquía, con los pecados del rey emérito, la que sufrió un deterioro notable a los ojos de la ciudadanía, parece que ahora toca a otra alta Institución, la Justicia, pasar por el trance de la pérdida de confianza de los españoles y españolas que asistimos atónitos a la pérdida de valores que actuaciones como estas conllevan con el consiguiente deterioro del sentido democrático de nuestra convivencia. Situaciones como estas sólo contribuyen a alimentar a quienes cuestionan permanentemente el valor de la democracia y de sus instituciones, a los que proclaman bajo cuerda el cuanto peor mejor.

Quisieron hacernos creer que los males de la reforma legal estaban en los delitos de sedición y malversación, pero con la aprobación parlamentaria definitiva de dichas reformas ha quedado bien claro que para esa derecha judicial lo que importaba era otra cosa, el espíritu Duracell y la memoria de Felipito Takatún, “yo sigo”, o lo que es lo mismo: ande yo caliente, ríase la gente, y luego que nos quiten lo bailao.

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