Mientras el coronavirus, COVID-19 para los amigos, hacía estragos en China nuestras preocupaciones no iban más allá de las repercusiones comerciales que la crisis sanitaria pudiera tener en la economía local dependiente del gigante asiático. Hace tan solo dos semanas los medios de comunicación españoles nos ofrecían reportajes y entrevistas con empresas que temían un desabastecimiento a medio y corto plazo. Hasta entonces todos queríamos pensar que el famoso virus con nombre monárquico hacía su vida lejos, muy lejos de nuestra vida cotidiana.
Poco a poco los más entendidos empezaban a contemplar la posibilidad de la pandemia y conforme esa variable se hacía más previsible la histeria colectiva fue subiendo a pesar de los mensajes tranquilizadores. La irrupción del virus en la Italia del norte fue un estallido de consecuencias físicas y psicológicas imprevisibles. Si antes habíamos hecho de los chinos, aunque fuesen nacidos y criados en España, nuestro oscuro objeto de repulsión injustificada y casi inconsciente, ahora nuestros vecinos italianos han pasado a ocupar el primer lugar en nuestras preferencias más hostiles, cruzarse con un ciudadano, hombre o mujer, italiano se ha convertido en una especie de deporte de riesgo extremo.
Pero lo peor estaba por venir y no era otra cosa que el virus se mudara a vivir a la casa del lado, algo que en buena lógica era inevitable y que terminaría cambiando nuestras vidas de la noche a la mañana. A partir de ahora que eso ha ocurrido nuestra vida se ha teñido de drama épico, el Día de Andalucía se ha deslucido por la sombra alargada de ocho casos detectados en nuestra comunidad, el cuestionado nombramiento de Antonio Burgos como Hijo Predilecto de nuestra tierra ha dejado de importarnos un comino, el discurso prebélico del presidente Moreno ha pasado inadvertido salvo para la cadena autonómica y la prensa bien pagada, Marbella ha dejado de ser por momentos el paraíso del turismo de élite para convertirse en noticia urgente en materia de salud, y es que la globalización también camina a lomos de virus, bacterias y otras especies malignas.
Y si este ocurre en nuestra tierra tres cuartos de lo mismo está ocurriendo en distintas comunidades del Estado. Los treinta y cinco casos detectados han hecho que el director del Centro de Coordinación de alertas sanitarias del Gobierno de España, Fernando Simón, sea la voz más esperada por la ciudadanía en sus comparecencias mediáticas, ya no importa Venezuela a la derecha política española, tampoco la aprobación del objetivo de déficit o el techo de gasto, necesarios para contar con unos Presupuestos Generales del Estado que atiendan nuestras demandas y necesidades, pasa desapercibido el nuevo conflicto del PP, en este caso en Cataluña, por la oposición a formar coalición con Ciudadanos en las próximas autonómicas, ni la renuncia de la mitad de la Dirección del Colegio de Arquitectos de Madrid por el fraude profesional de Rocío Monasterio en años pasados, ni tan siquiera importa la historia de amor de Aznar y González, y a la gente sólo le importa tener su mascarilla, y todo por un virus con vocación viajera intercontinental.
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