Difícilmente, y por mucho que busquemos en el diario de sesiones del Congreso de los Diputados, encontraremos una réplica de tan sólo dos palabras, pero al mismo tiempo tan cargada de contenido y contundente. Y esas dos palabras no son sino el “ánimo, Alberto” con el que Sánchez daba contestación a la segunda parte de la pregunta que Núñez Feijóo le planteó el pasado miércoles y que más que pregunta fue un encadenado de descalificaciones personales de carácter insultante.
Y es que Feijóo está nervioso, yo diría que muy nervioso, porque no sólo no ha conseguido desbancar a Sánchez y culminar así su cruzada contra el sanchismo, sino que está viendo como el partido de la ultraderecha amenaza con el sorpasso y las aguas internas de Génova corren cada día más revueltas sobre todo por obra y gracia de la presidenta madrileña que no pierde ocasión de poner a su líder en un brete. Y ese es el abismo que se ha abierto desde hace ya meses bajo los pies del líder popular que en la intimidad se pregunta cada noche aquello de que he hecho yo para merecer esto con lo bien que yo vivía en mi verde terra galega.
Y es que cuando mejor se las prometía con el acuerdo interno que había firmado con sus barones para el visado por puntos para los inmigrantes, o al menos eso creía, el alcalde madrileño, en una exhibición de torpeza política sin precedentes aprueba la propuesta sobre el postaborto de la extrema derecha de Vox que es un disparate sin pies ni cabeza y que de camino le abre a Feijóo uno de los debates que más rehúye que no es otro que el del aborto, un asunto que ha abierto en canal en más de una ocasión al Partido Popular.
Y si no bastaba con Almeida en eso llegó Ayuso que en la sesión de control del parlamento regional tuvo la feliz idea de gritarle a la oposición que se vayan a abortar a otro sitio como si Madrid fuese una especie de paraíso donde las leyes del Estado no tienen que cumplirse y ella fuese el modelo de la presidenta objetora. Cada vez somos más los que pensamos que la señora Ayuso ha perdido la conciencia de la realidad y vive en su propio mundo, el que cada día le crea su jefe de gabinete que hace ya bastante tiempo que hizo de la inconsciencia la banda sonora de su vida.
Y si la radicalidad de Almeida, venida a menos horas más tarde, y la de Ayuso, mantenida contra viento y marea, han levantado ampollas en el sector que representa Moreno Bonilla, éste también le ha dado dolores de cabeza al líder supremo en los últimos diez días hasta el punto de que la consejera de Sanidad ha tenido que dimitir por el escándalo, uno más, del protocolo del cribado de cáncer de mama que ha afectado por ahora a más de dos mil mujeres. La magnitud del daño electoral es de tal entidad que Moreno ha entrado en pánico hasta tal punto que se ha visto obligado a recurrir a esa especie de supermán de andar por casa que es el consejero Sanz para que se haga cargo también de la salud de los andaluces y andaluzas, que dios nos coja confesados.
Con este panorama no es de extrañar que Feijóo viva sus intervenciones en la sesión de control en un arrebato permanente de rabia y pérdida de papeles, y de él hacia abajo toda una competición por ver quien dice la grosería más fuerte y la descalificación más insultante, una competición donde el bueno de Miguel Tellado y Esther Muñoz ocupan por ahora los puestos de Champions. Con este panorama como para no entender lo de “ánimo, Alberto”.
