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El dilema seguridad-autonomía (dentro-fuera) nos acompañará durante toda nuestra vida en el reto de conseguir una cierta madurez personal frente a los problemas inevitables que deberemos afrontar. 

La psiquiatra Margaret Mahler señala como una de las fases cruciales en el desarrollo del niño la que ella denomina Acercamiento-Reacercamiento que acontece entre los 18 y los 30 meses aproximadamente.

Efectivamente, hasta los 18 meses el niño consigue el primer nivel de identidad a través del juego simbólico y el lenguaje, y manifiesta la necesidad de compartir con la madre sus nuevas habilidades y descubrimientos. Aparece por primera vez la fase del “no” aunque este negativismo tiene la función de fortalecimiento de la propia identidad.

Hasta los 18 meses el niño va y viene tranquilamente pero, de repente, comienza a aferrarse más a la madre y  a manifestar una ambivalencia entre alejarse y acercarse más a ella. No le gusta que le dejen solo (lo que suele agravarse si aparece un nuevo hermanito pequeño) y utilizan a la madre como una cierta extensión de sí mismos. Hasta aquí todo es “normal”; el problema aparece cuando la madre –por su propia ansiedad- sobreprotege al niño convirtiéndose en su sombra o bien, al contrario, no está disponible (física o emocionalmente hablando) y el niño la busca inútilmente con mayor intensidad y frecuencia. En este caso, el niño presenta una mayor ansiedad de “lo normal” en situaciones de separación o comienza a seguir a la madre insistentemente; incluso puede iniciar un juego como un  movimiento de “huida” para que la madre lo atrape. Todo ello acompañado con excesivas perturbaciones del sueño: llantos, berrinches, terrores nocturnos, etc.

La imagen de este conflicto sería la de un niño que, en primer lugar, inicia un movimiento de alejamiento para explorar su entorno pero al poco tiempo vuelve la mirada hacia su madre para buscarle la suya y asegurarse su protección (movimiento éste que lo permite el desarrollo de la memoria). En función primordialmente de la respuesta de la madre (mejor dicho, de la figura materna) se producirá una evolución correcta o incorrecta de esta crisis de reacercamiento. Y si fuera incorrecta el niño podrá construir la idea de un mundo amenazante y fuente de peligros y, sobre todo, la idea de un refugio inseguro.

Aquí, por primera vez en el desarrollo de una persona, se produce un choque entre dos fuerzas instintivas  -explorar el mundo y sentirse seguro- que volverá a reproducirse en otras ocasiones: durante los primeros días de la escolarización, en algunos momentos de la pubertad con la aparición del grupo de amigos, cuando el joven tiene que decidir salir a estudiar a otra ciudad... Es decir, en aquellos momentos en los que tenemos que resolver uno de los grandes dilemas de nuestra vida: hacer compatible autonomía y libertad con seguridad y dependencia.

Es evidente que un niño que ha crecido con una madre sin grandes problemas emocionales, con sus propios conflictos afectivos resueltos, será un joven y un adulto con mayor probabilidad de tomar sus decisiones con confianza y con seguridad. Y vivirá sus elecciones personales sin mayores problemas. Si no es así, entonces vivirá el vínculo con el nido materno como un eterno cordón umbilical inseparable que le dejará atrapado excesivamente o lo romperá violentamente poniendo una distancia insalvable entre él y su familia, para poder respirar emocionalmente. En estos dos últimos casos, el intento de individuación no se habrá resuelto satisfactoriamente y tendrá inevitablemente consecuencias indeseadas.

En el caso de niños que presentan además algún problema serio (síndrome Down, autismo…) este hecho añade más complejidad a la solución porque lógicamente el entorno en el que crece el chico puede reaccionar con un movimiento emocional de sobreprotección que, en ocasiones, no facilitará el proceso natural de individuación. De manera que, en ocasiones, es el propio sistema el que puede dificultar –de manera inconsciente- que el chico alcance el nivel de autonomía e independencia para el que está preparado según su edad biológica.

El dilema seguridad-autonomía (dentro-fuera) nos acompañará durante toda nuestra vida en el reto de conseguir una cierta madurez personal frente a los problemas inevitables que deberemos afrontar. Debemos ser capaces de resolverlo de una manera armónica, sin que nos cause un sufrimiento excesivo. Porque todos tenemos que estar “un poco dentro” sintiéndonos parte de un sistema familiar y “un poco fuera” como individuos relativamente autónomos, obedeciendo las leyes de la vida.

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