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Cuando el medio se nubla con el ruido de discursos huecos y engañosos, conviene recordar que comunicar es mucho más que informar y que hay canales silenciosos, como el táctil y el olfativo, más honestos y placenteros que las palabras (seguir leyendo).

Cuando el medio se nubla con el ruido de discursos huecos y engañosos, conviene recordar que comunicar es mucho más que informar y que hay canales silenciosos, como el táctil y el olfativo, más honestos y placenteros que las palabras.

Olvidamos demasiado a menudo que la comunicación es ante todo multicanal, y que el lenguaje verbal es sólo uno de los canales posibles, prioritario en nuestra relación con las máquinas, pero secundario entre seres vivos. Es fácil comprender esto si apagamos el ordenador o el móvil, aunque sea por un momento, y nos sumergimos en un jardín.

Pues en la comunicación silenciosa, las maestras son las plantas. Según la cultura científica dominante, las plantas no tienen inteligencia ni sentidos. En la escuela nos enseñan que los distintos comportamientos de las plantas son respuestas mecánicas y químicas a la acción del entorno. Contado de esta manera, parece como si las plantas pudiesen responder pero no pedir o preguntar; como si sólo pudiesen reaccionar, sin jamás actuar. Cualquier jardinero sabe, no obstante, que la realidad no siempre se ajusta exactamente a los modelos de los científicos.

Las plantas comunican con los seres sensoriales a través de los canales visual, olfativo y táctil: Los colores, el perfume, la textura de los pétalos y de las hojas de las plantas no son respuestas sino llamadas o advertencias con las que atraen o repelen a los seres dotados de órganos sensoriales, de inteligencia y de emociones.

La relación con las plantas es simple y, por eso, relajante. Nos permite experimentar formas de comunicación minusvaloradas, y aprender muchas cosas sobre qué somos.

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