captura_de_pantalla_2016-08-20_a_las_8.13.57.png
captura_de_pantalla_2016-08-20_a_las_8.13.57.png

El cine y el periodismo en toda su plenitud, marcado estos días por tintes deportivos y políticos, ocupan ahora mi tiempo estival y me permiten hacer análisis que pasaría por alto el resto del año.

El cine y el periodismo en toda su plenitud, marcado estos días por tintes deportivos y políticos, ocupan ahora mi tiempo estival y me permiten hacer análisis que pasaría por alto el resto del año. Ojeando nuestra historia, reflexiono sobre otras épocas gloriosas de nuestro pasado donde, sin complejos ni manierismos absurdos, maravillábamos al mundo con el denominador común del castellano.

Imperios donde la cultura, la explotación de los recursos de la tierra, la magnificencia artística deslumbraban y nos convertían en el imperio más poderoso del planeta, tras la caída del Imperio Romano. España y las Españas que, tras el reinado de Felipe II alcanzaron sus mayores cotas de gloria, dejaron un vasto legado que aún perdura en países de latitudes ecuatoriales donde la presencia española se recuerda con cierta nostalgia; esa misma nostalgia que jamás debe morir para no caer en la dormidera de la complacencia.

El hastío de la realidad decadente en la que vive España me hace recordar lo que fuimos y divagar sobre cuál es el estímulo necesario para que volvamos creer en nosotros mismos. Los recursos endógenos que nos llevaron una vez a ser uno de los estados más influyentes y envidiados de la historia siguen ahí mientras, encarando ya la segunda década del siglo XXI, en lugar de mirarnos el ombligo nos enzarzamos en debates estériles donde se explora cómo es mejor salir de la crisis social y económica que nos golpea.

No son tiempos mejores ni peores, sino momentos distintos en los que la ciudadanía debe volver a empoderarse y auto convencerse de que el liderazgo no es algo sobrevenido sino un trabajo cultivado a base de esfuerzo y tesón. Una época, la actual, donde todos esperan que nos tracen las rutas en lugar de proceder a su exploración con expedicionarios valientes y decididos.

No entiendan esto como una vuelta a los colonialismos, con sus luces y sus sombras, nada más lejos de la realidad. Si antaño nos comíamos el mundo, ¿por qué ahora asistimos impasibles a que el resto del planeta nos devore?

Ese el axioma que debe impulsar nuestra acción como pueblo, para así movilizar a las nuevas generaciones que muestran su conformidad con lo que ahora visualizan. Saber de donde venimos y a donde queremos ir es suficiente.

Nunca fuimos el culo del mundo, y ahora tampoco. La costumbre y la inacción son nuestros peores enemigos, convencida como soy de que la victoria inglesa contra nuestra Armada Invencible pudieron desviar parcialmente el rumbo de la historia a favor del mundo anglosajón. De lo que vino después sólo los españoles y españolas somos responsables. Antes como ahora.

 

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído