El debate sobre los comuneros: ¿demasiado presentismo?

Con motivo del quinto centenario de Villalar, en los últimos meses han aparecido diversos estudios que contribuyen a actualizar la controversia

El debate sobre los comuneros: ¿demasiado presentismo?
El debate sobre los comuneros: ¿demasiado presentismo?

Cataluña perdió sus antiguas libertades en 1714. Castilla se quedó sin las suyas mucho antes, tras la derrota de los comuneros en los campos de Villalar. Esta batalla, por cierto tuvo lugar un 23 de abril de 1521, el mismo día en el que siglos después se celebraría la fiesta catalana del libro y de la rosa. Durante el combate, las tropas fieles a Carlos V aplastaron una sublevación que protestaba contra los abusos de poder de la camarilla extranjera del todavía inexperto monarca. Tras su llegada a Castilla procedente de Flandes, para suceder a su abuelo, Fernando el Católico —su madre, la reina Juana, quedó descartada por incapacidad mental—, sus consejeros empezaron a cometer todo tipo de arbitrariedades. Acapararon cargos y saquearon el Tesoro a su antojo.

En esta situación ya de por sí tensa se produjo la elección de Carlos para el trono del Sacro Imperio Romano Germánico. Muchos castellanos temieron entonces que su reino pasara a ser un elemento marginal dentro de los dominios europeos del nuevo soberano. Se multiplicaron entonces los disturbios en distintas ciudades y el descontento acabó por desembocar en una rebelión muy amplia.

Desde entonces, la historia de los comuneros ha suscitado interpretaciones contrapuestas. Para unos, los alzados representaban una mentalidad retrógrada y solo defendían sus privilegios. Bajo el franquismo, por ejemplo, se les acostumbró a retratar como gente demasiado particularista, incapaz de ver más allá de su terruño, que no comprendía la grandeza de la idea imperial. Criticarlos, en el contexto de la España de la dictadura, venía a ser lo mismo que descalificar a los “rojos” de la guerra civil española. Sin embargo, la aparición de los estudios de José Antonio Maravall y hispanista francés Joseph Pérez rectificó esta visión: los rebeldes pasaron a ser los héroes de una lucha democratizadora contra el absolutismo real.

Con motivo del quinto centenario de Villalar, en los últimos meses han aparecido diversos estudios que contribuyen a actualizar la controversia. Sin duda, el más iconoclasta es El rayo y la semilla (Hoja de Lata, 2021), de Miguel Martínez, profesor titular en la Universidad de Chicago. Su libro gira en torno a la idea de que los comuneros suponen un hito en las luchas populares emancipatorias. Desde un punto de vista ideológico, representaban una tradición “republicana”. Este término, en la época, no se refería a una forma de gobierno, como en la actualidad, sino que aludía a la “cosa pública”, que es su sentido etimológico a partir del latín “res publica”. Se debatía, por tanto, la manera de organizar los asuntos que afectaban a la colectividad. De ahí que en el siglo XVI no sea raro hablar de la monarquía y de la república como dos cosas del todo compatibles.

Hasta aquí, Martínez tiene razón. Pero lleva su argumento demasiado lejos y defiende que también hubo voces que imaginaron una Castilla sin reyes, al estilo de las ciudades-estado que existían en Italia. Apoya su tesis con fuentes de la época, textos en los que enemigos de los comuneros denuncian la pretensión de prescindir de la autoridad de la Corona. El problema es la interpretación de estos documentos, de naturaleza inevitablemente parcial. Si en el siglo XX los ultraconservadores llamaban “comunistas” a mucha gente con ideas simplemente de izquierdas, en el XVI también hubo tradicionalistas que veían republicanos donde no los había.

Aunque El rayo y la semilla demuestra un gran conocimiento de la época, más de una vez da la impresión de ser una visión de los comuneros a partir de inquietudes izquierdistas de la actualidad. De ahí que Martínez incurra en excesos como el de calificar al obispo Antonio de Acuña, partidario de los comuneros, de “Lenin togado”. Las exageraciones, sin embargo, no significan que deba descalificarse sin más toda la investigación. Hallamos páginas valiosas, entre ellas las dedicadas a la implicación del clero en el movimiento rebelde. Este fue el caso del cura que, en Paredes de Nava, actual provincia de Palencia, anunció que la revuelta alcanzaría la victoria. Estas y otras profecías religiosas pueden parecer poco comprensibles desde la mentalidad laica del siglo XXI, pero en aquel tiempo constituían una herramienta eficaz de movilización política.

Destaca, sobre todo, el esfuerzo por encontrar hasta el más mínimo rastro del sentir de las clases populares. El autor presta atención a fuentes como los poemas y canciones, entre ellos unos versos de 1520 que elogiaban a Padilla por ser mejor soldado que Carlomagno. El emperador franco había guerreado por apoderarse más tierras. El líder castellano, por el contrario, peleaba en favor de los “menudos”, es decir, de la gente de origen humilde. En esta línea de escribir una historia “desde abajo”, Martínez se fija así mismo en los rumores del momento. Aunque determinadas noticias resultaran ser inciertas, su influencia en el desarrollo de los acontecimientos no era por ello menos real. Se decía, por ejemplo, que Carlos V iba a imponer un tributo por cada nacimiento. En la Castilla de 1520, la experiencia cotidiana de la gente hacia que estas y otras “fake-news” tuvieran toda la apariencia de verosimilitud.

Esta imagen de los comuneros en clave izquierdista dará, seguramente, mucho que hablar. Otros dos especialistas, Salvador Rus Rufino y Eduardo Fernández García, ofrecen una visión diferente en La rebelión de las Comunidades (Tecnos, 2021). Ellos no creen que sus protagonistas fueran revolucionarios puesto que no se dirigían contra la monarquía sino contra una forma concreta de ejercer el poder. Prefieren, en consecuencia, definirles como “innovadores”. Quieren decir que su objetivo consistía en la reforma, no en un cambio radical. Frente a una idea absolutista de la monarquía, lucharon por limitar el poder de la Corona a través de instituciones como las Cortes.

Este es un análisis bastante plausible. De todas formas, el peligro del presentismo no deja de acechar. En el prólogo, Antonio Fernández Mañueco, presidente de la Junta de Castilla y León, sostiene que los comuneros “proclamaron como principios fundamentales de la política la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo, es decir, los valores superiores que están en el frontispicio de la Constitución Española de 1978”. Una vez más, la búsqueda de precursores puede llevarnos a distorsionar los hechos: los hombres del siglo XVI no son equiparables a los demócratas de la actualidad.

Nos hallamos ante una sublevación tan compleja como para seguir alimentando polémicas otros cinco siglos. En La imagen literaria de los comuneros (Castilla Ediciones, 2021), Guillermo Fernández Rodríguez-Escalona nos muestra como escritores de todas las épocas han tratado la revuelta. Si los más cercanos en el tiempo la condenaron sin paliativos, los del siglo XIX rescataron su memoria para imprimirle un matiz liberal. Entonces, como en la actualidad, la historia se escribía con ojo puesto en el pasado y otro en el presente.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído