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No vi el programa de Bertín Osborne por el que se le acusa de machismo. Entre otras cosas, porque como entrevistador me parece un mamarracho y me resisto al supuesto morbo que pueda suscitar entre quienes le aman y le odian el hecho de restregarnos su éxito, sus hechuras de galán pasado de moda y su caserío con futbolín, pista de pádel, piscina y todo el catálogo de interiorismo de diseño. Pero me basta con leer los artículos de opinión en los que se le echa en cara su faceta de machito ibérico para no observar más que argumentos peregrinos y ridículos, que huelen a rancio con su ultracorrección política tanto o más que el cuasianacrónico comunicador y empresario jerezano.

Descubro con estupefacción que el hecho de aparecer Sara Carbonero en la cocina –no sé si hacerme el harakiri o descojonarme- o de preguntarle a Iker –habría que llamar a Jiménez, más que a Casillas- si su mujer cocina bien suponen un clarísimo ejemplo de machismo, ese vocablo tan manido. Supongo que si la hubiera entrevistado a ella e Iker hubiera aparecido entre fogones no se habría incurrido en un flagrante caso de hembrismo, sino que habríamos aplaudido la ocurrencia hasta el paroxismo. Menos mal, llegué a preguntarme, que no le dio a Bertín por hacer un aspaviento delante de la mujer del futbolista –perdón, quería decir la periodista y presentadora-, que si no con esas manazas le cae una condena por violencia de género fijo.

Poco después él dijo que en España no cabe un “gilipollas más” –qué cojones, esa palabra sí que es ibérica de toda la vida, como sus vinos y jamones-, con ese tono entre desparpajo e indignación que le caracterizan. Y tampoco me hizo mucha gracia, como cada vez que abre la boca. Y es que en este país de guerracivilismo y de las dos Españas que están ahora tan de moda, los extremos se tocan. Se vio en el debate de investidura, cambiando un poco de tema, donde las formaciones más alejadas se pusieron al fin de acuerdo en algo, aunque fuera en dar por saco. Se observa en Bertín y en sus detractores, que como dirían los chicos de ‘La Hora Chanante’ huelen a cuco, a ropero viejo. Ambos.

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