Un padre cuida de su bebé durante su baja de paternidad, en una imagen de archivo.
Un padre cuida de su bebé durante su baja de paternidad, en una imagen de archivo. imagenesmy.com

Me educaron con arreglo a unas normas no escritas que decían cómo debemos ser los hombres. Sexualidad, pensamientos, comportamientos, poses, sensibilidad... todo predeterminado sin que existiese posibilidad de dudar.

Si uno se sentía conforme con el sexo y la sexualidad asignada, no se planteaba nada más, o al menos no debía, porque si lo hacía, ya se encargaba la sociedad de castigar tu atrevimiento, haciéndote volver al redil.

Ni tan siquiera a esa edad de descubrimientos que es la adolescencia, por miedo, nos atrevíamos a cuestionar las reglas de la masculinidad. Así que la mayoría de los jóvenes de mi generación seguimos dócilmente los patrones, nos casamos, tuvimos hijos e hijas, y continuamos perpetuando ideas y concepciones sobre la mujer que sustentan su desigualdad respecto a los hombres.

Con todos estos antecedentes lo cómodo para mi hubiese sido seguir aferrándome a estas normas porque, al fin y al cabo son en las que me educaron. Pero el sentido común y la decencia, fueron acelerando este proceso de cambio, acercándome a la igualdad y al feminismo. La idea de justicia, y el rechazo a unas normas que nunca acabaron de convencerme, y con las que no me sentía identificado hicieron el resto, en un mundo donde todo está montado para ser un hombre de los de siempre.

Me mostraron las gafas violetas y empecé a mirar la realidad a través de sus cristales, a no pretender ser protagonista de nada, ceder la palabra y los espacios, a comprometerme en desterrar de mi vida comportamientos machismos y micromachismos, pensamientos y actitudes que durante tantos años interiorice, y que forman parte de mí.

Porque ser un hombre machista, y llamarte igualitario no es fácil por cuanto implica de contradicción con uno mismo, entre lo que piensas, dices y haces.

Pero en esta tarea me encuentro a día de hoy, de-construyendo mi masculinidad, que no es sino una forma de construirme como hombre. Aunque cuesta tener que repetir o reprobar continuamente, gestos bromas, actitudes que siguen poniendo de manifiesto esa idea supremacía del hombre, o sentir la incomprensión, las risas, y sobretodo el darte cuenta de lo mucho que cuesta el cambio hacía la igualdad de los hombres. Porque renunciar a los privilegios nunca ha sido fácil, y eso es lo que realmente nos sucede.

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