Estamos fatal. Nos meteremos todos. Y no es por el calor, qué va, teniendo en cuenta que en verano hace calor, aunque todos los años, por estas fechas, las olas de calor sean noticia, y ocupen muchos minutos en los informativos.
Estamos fatal porque también hacemos de la indumentaria de un alcalde (o alcaldesa), noticia de importancia nacional.
Hace unos días, lo más comentado en los mentideros más rancios, fue el traje nuevo del alcalde de Cádiz, del Kichi (menos mal que ya parece que empieza a olvidarse el diminutivo, y que hay indicios de cordura). En su día fueron los deditos al borde de la amputación voluntaria de Mamen Sánchez los protagonistas de memes y chistes hasta el hartazgo en todas las redes sociales y asociales que conocemos (desconozco si esta señora tiene estilista, o más bien un podólogo).
Me fijo poco en esas cosas. Bastante tengo ya con intentar ir yo más o menos presentable. Y si me fijo poco, en las mujeres, no tengo costumbre. Pero tengo que confesarles que me gustan los muchachos aseaditos, arregladitos, con todo en su sitio (me refiero a la ropa, claro), ni con corbata y gomina de más, ni con largo de pantalón de menos, cuando no pega. Pero a ustedes no les interesan mis filias, ni mis fobias. Seguro. Y sé que me voy a granjear antipatías entre mis amigos más “jipis”, pero las cosas como son: servidora, aunque adora veranear en Los Caños, con bombachos, cinta en el pelo, y es fanática del top less, habría montado en cólera en su sencilla boda civil alguno se hubiera atrevido a presentarse en chándal, o en camisa de manga corta que no ha conocido la plancha jamás (no me vale que sea de lino, sé distinguir unas arrugas de tejido natural de otras, de dejadez supina). También me dan repelús, créanme, los excesos corbatiles, o los tacones en un chiringuito playero. Y lo que más me revuelve el ánimo, son las etiquetas. No me refiero a las que cuelgan de las prendas de estreno, sino aquellas en las que rezan perlas como “enchaquetado ladrón” o “desaliñado guay (o guarro, depende de la casta, y las castas del que lo diga)”. Pamplinas. Muchas pamplinas.
A pesar de todo, un dirigente, por muy “campechano” que sea (bueno, este apelativo es muy monárquico, diremos “del pueblo”), es un dirigente, y tiene también que parecerlo. El hábito no hace al monje, ni la bata al doctor. Pero un doctor que pase consulta en camisa hawaiana nos daría muy mala impresión, por muy abiertos de mente que seamos. ¿O no?
No se trata de clasismo ni clasicismo. Creo que es algo más profundo, que tenemos arraigado a saber dónde. La cuestión es que es un modo más de marear la perdiz, escurrir el bulto y distraernos con memeces de lo realmente importante: lo que está pasando, la necesidad de que alguien dirija algo, o que lo intente, por lo menos, y bueno, si puede ser aseadito y arregladito, pues mejor, digo yo. Aunque no sea éste el ingrediente fundamental ni la fórmula para tener éxito en la responsabilidad gigante que supone solucionar la papeleta a todos los ciudadanos, ya sean de corbata o de chanclas de cuero.
Eso sí. Solo un traje, es “pa ná”. Tres o cuatro, mejor, con camisitas guapas para ir combinando, y por aquello de los sudores que provoca una alcaldía. En Alcampo las hay muy chulas…


