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Se acumulan los debates políticos y sociales para la clase gobernante en este final de legislatura que se está convirtiendo en un crisol compuesto por todo tipo de tema peliagudo y poco apetecible para los que navegan por aguas templadas, huyendo del posicionamiento claro y la respuesta contundente. Tal es el poder del electorado en vísperas de unas Generales en las que, por norma habitual, olvidamos localismos y regionalismos, y nos centramos en las grandes ideas y convencimientos, primando las cuestiones ideológicas, éticas y también las morales.

Ya hablaba en columnas pasadas del tema de la Fiesta Nacional, y el pasado del independentismo. Casi a semana por tema espinoso, en ésta nos hemos topado con el debate sobre la eutanasia. Desde luego, los directores de campaña de los grandes partidos políticos deben estar haciendo horas extras para idear discursos que resulten asépticos y neutrales, si es que no quieren polarizar el voto (cosa que ya sabemos no interesa a nadie, pues el oro de El Dorado en este país, al parecer, está en el Centro).

Y todo porque los padres de Andrea, una niña con una enfermedad irreversible y en fase ya terminal, decidieron solicitar la retirada de la alimentación artificial que mantenía con vida a su propia hija.

A las primeras voces moralistas, pseudo religiosas y catolicistas a ultranza, se les erizó el vello ante la posibilidad de tratarse de un caso encubierto de eutanasia, y pronto agitaron las banderas pro-vida, porque lo que aquí interesa es preservar la Fe por encima de todas las cosas.

Por encima incluso de una niña que lleva sufriendo una agonía de años, postrada en una cama, viendo como su menudo cuerpo se consume poco a poco como una vela y sin que haya remedio posible para su enfermedad.

¿Se imaginan hasta qué punto puede estar padeciendo esa criatura, que sus propios padres desean su muerte? No, no son malos padres, ni buscan comodidades olvidadas por la privación de unos cuidados.

Qué fácil es criticar desde el púlpito cerca de los dictados de la Santa Madre Iglesia, pero alejados del run-run de la calle, de las fatigas de los desamparados, de la desdicha de cientos y cientos de familias que, no solo tienen que capear el temporal de una crisis sino que a veces deben enfrentarse a un problema de salud de calibre grandioso, como es el caso de Andrea.

Créanme. Si el problema de Andrea hubiese surgido en mitad de una legislatura, a dos o tres años vista de unas elecciones, los trámites burocráticos y jurídicos hubiesen sido mucho más penosos y lentos. Pero claro, hay que votar, y a ser posible, exhibiendo las chaquetas limpias e impolutas. Así que solución al canto, y en tiempo record.

Me alegro por la niña y por los padres, porque nadie desea un final doloroso para nadie, y menos para su propia hija. Pero indigna ver como de nuevo se pasa de puntillas por un debate que hay que afrontar, no solo en España, sino en la Unión Europea, ya que el tratamiento sobre la eutanasia (y las leyes que la regulan) son bien diferentes conforme pasas la frontera entre uno u otro socio comunitario.

Hay que empezar a legislar sobre el dolor y sobre la muerte, aunque sea tema tabú y hagamos cruces tan solo de nombrarlo. Pero cuando nos llegue la hora, cuando estemos postrados en una cama sin poder movernos, sintiendo como nuestra piel se ulcera y no somos capaces de comunicarnos, de movernos, de mantener nuestra capacidad de control sobre los esfínteres, cuando no seamos capaces ya de pensar, de sentir todos querremos eutanasia, incluso aquellos que ahora berrean y patalean contra ella.

Porque la diferencia existente entre una muerte o una muerte digna, solo se mide por un parámetro incuestionable: la HUMANIDAD y la PIEDAD

Esas de las que tanto presumen unos pero solo la ejecutan los otros. Los supuestamente malos y pecadores.

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