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Hola, soy Daniela. Aunque puedes llamarme Dani. Voy sola a casa. Las fiestas del pueblo están terminando, ya son muchos días entrando y saliendo y ando cansada. Un par de amigas se ofrecieron a acompañarme, pero vivo lejos y es un fastidio para ellas. Es noche cerrada, pero iré rápido y con el móvil en la mano, como de costumbre. Voy wasapeando con unos y otros, riéndome con las tonterías que me dicen. Voy distraída hasta que me doy cuenta de que alguien me sigue. Giro la cabeza y no me da tiempo a más. Me propinan un duro golpe en la cabeza que me hace caer y perder la conciencia.

Cuando despierto, estoy en el maletero de un coche y empiezo a patalear y gritar. Está oscuro y escucho música de fondo. Quien quiera que sea, lleva la radio puesta. No sé dónde vamos pero estoy angustiada. Me ha quitado el móvil y me duele la cabeza. Será del golpe. Algo me resbala por la frente. Debe ser sangre. Dios, cuanto me duele. Siento pánico y estoy bloqueada. Empujo hacia arriba con mis brazos todo lo fuerte que puedo. Pero nada.

De repente el coche se para. Comienzo a llorar, a dar alaridos. El corazón me late de pánico. El hombre que abre el maletero tiene la cara cubierta con un pañuelo y una gorra. Adivino unos ojos pequeños, chispeantes. No se altera, a pesar de mi estado de shock. Saca un par de cuerdas y me ata las manos, aunque yo me resisto con todas mis fuerzas. Doy patadas al aire pero me propina un fuerte golpe en ellas que las detiene. Doy un grito de dolor. Ojalá alguien me escuchara pero todo a mi alrededor es oscuridad. A duras penas adivino copas de árboles meciéndose por el viento.

Él se quita el pañuelo de la cara y me lo mete en la boca. Gimo, incluso con él. Me ahogo entre lágrimas, mocos y sangre. No quiero perder la conciencia, pero las piernas me revientan de dolor. Dios mío, es el fin. Lo es. Lo sé. Él sonríe. Triunfal. Voy a cerrar los ojos. No puedo más. Me acuerdo de mi hermano, de su sonrisa eterna. De mi padre, de cómo le gusta montar en bicicleta. Y de mi madre, leyendo en el sillón de la esquina del salón. Los tres me miran. Cuanto los quiero. Cierro los ojos.

Al día siguiente tocan a la puerta de mi cuarto. Pero nadie abre.

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