¿Han oído? ¡Una ola de calor!

El hombre hace lo que puede, no da más de sí, quiso cobrar por entrar en la Plaza de España y se echó para atrás del follón que formó y ahora la está privatizando por temporadas con el festival Icónica

Rodaje de 'Lawrence de Arabia' en Sevilla, en una imagen de archivo de 1962.
10 de agosto de 2025 a las 08:29h

Me acabo de enterar, me lo ha dicho un repartidor de Amazon: hay una ola de calor. Qué extraño, yo creía que en Andalucía y en especial en Sevilla no había olas de calor en verano. Como no salgo de casa, me paso el día leyendo, viendo películas de terror para alegrarme, mirando al techo y todo lo encargo online ni era consciente de lo del calor. ¿Han visto qué chic soy? He dicho online. Más adelante diré otra distinción in english

El muchacho de Amazon estaba ciertamente muy enjuto, me dijo que salió a repartir con 70 kilos de peso suyo y ahora, con la ola, calculaba que andaría por los 50, no hay mal que por bien no venga que los kilos no son buenos, aun así, yo creía que cuando llegaran los jóvenes empresarios iban a ser más justos y necesarios que los viejos, veo que el señor Bezos, dueño de Amazón, es tan palaustre como los antiguos caciques andaluces (que no han desaparecido del todo, en la universidad los hay). Bezos se casa por todo lo alto mientras sus currantes viven por todo lo bajo. Menos mal que da limosnas pro remedio anima suya.   

Debe ser verdad lo de la ola o el sunami, el chaval de Amazon salió con un paquete de huevos para mí desde su lugar correspondiente y cuando lo abrí en lugar de huevos hallé una camada de pollitos y no tuve huevos para devolverlos, me quedé enternecido a la vez que convencido de que fue el calor quien los trajo al mundo. También debieron influir mis recuerdos de niño cuando en Sevilla los únicos animales que veíamos eran los patos del Parque de María Luisa, los perritos, gatitos y pajaritos más alguna tortuga en el mercadillo de animales de La Alfalfa y los pollitos amarillos de una tienda que había en el mismo centro, en el escaparate, todos amontonados y con una lámpara que emitía un calor rojizo, situada encima de sus plumitas. 

El final de mis pollitos fue tremendo e inesperado, les leí poemas míos y les canté unas canciones, estuve extasiado con mi arte y potencia creadora, cuando volví la vista hacia ellos se habían muerto, no estoy seguro si fue por la ola de calor que habían sufrido o porque debo trabajar más mi faceta creadora. Aunque, mejor pensado, si habían venido al mundo gracias a esa extraña ola de calor, fui yo el causante del deceso. Menudo problema, ahora el tanatorio y el entierro que hoy a los animales se les trata muy bien, la gente hasta falta al trabajo cuando se le muere la mascota, los gatos no comen raspas por si se les atragantan y los perros no comen huesos por la misma razón. Qué corazón el del humano, no nos cabe en el cuerpo. 

Un querido colega y amigo en la investigación y la creación -o sea, tan maravilloso como yo- me manda un wasap para informarme de que en el informativo de TVE le han dedicado quince minutos a la ola de calor. Otros quince al deporte (bueno, Madrid y Barça más el obligado toque feminista de la selección femenina), veinte para recordarte lo mala que es la derecha y lo bueno que es el progresismo, algunos minutos más centrados en la cultura de la ceja, los incendios de rigor y la maldad intrínseca de Trump y “esto es todo, amigos”, que diría el conejo de la suerte, me aseguraba mi amigo.

Traté de tranquilizarlo. La ola de calor no tiene importancia. De todos es sabido que las alarmas amarillas por sofocos se combaten con el búcaro de color amarillo y el abanico de la abuela. Y las alarmas rojas con el búcaro rojo y el susodicho abanico. Si se dispone de air conditioning (lo escribo en inglés para darle realce al artículo), mejor que mejor, pero es peor para el medio ambiente y para el bolsillo y, además, cuidado, que como haya recarga saltan los plomos del país y hay que ir a por las velas y el transistor. Las velas dan calor y las noticias del transistor sofocan. No tienen más que escuchar a la SER: 1.300 muertes desde junio en España por el calor. Nada está comprobado con rigor, pero hay que asustar para tener audiencia, para que todo el mundo diga que la agenda 2030 es imprescindible y para que la ley que prepara el Gobierno con vistas a que no se publiciten los coches de gasolina y gasoil no cabree mucho al personal. 

Le están diciendo al alcalde de Sevilla que si en la capital de Andalucía (Málaga, era una broma, todo el mundo sabe que la capital de Andalucía eres tú), hubiera un treinta por ciento de arbolado la temperatura bajaría dos o tres grados. Este pobre alcalde va de mal en peor, ahora camina a toda mecha a ver si inaugura el tranvibús a finales de año, ese transporte de las ciudades pobres que terminará por colapsar la zona por la que discurre porque le roba carriles. 

El hombre hace lo que puede, no da más de sí, quiso cobrar por entrar en la Plaza de España y se echó para atrás del follón que formó y ahora la está privatizando por temporadas con el festival Icónica al que quieren adherirse un montón de empresas de espectáculos. Me siguen privatizando la ciudad que me vio nacer y crecer, es uno de los motivos por los que no salgo de casa, si me aseguran, encima, que hay una ola de calor asesina, menos aún. 

Decía, empero, que las olas de calor no afectan demasiado a los andaluces y en particular a los sevillanos. ¿Que planten árboles, señores y señoras ecologistas? Pero, ¿ustedes y ustedas no saben que en Sevilla y área metropolitana el mejor árbol es el que no existe o el árbol cortado? ¿Cuántas urbanizaciones tenemos bajo el sol ése abrasador con escasísimos árboles? ¿Cuántas casitas endosadas tienen árboles de sobra o los necesarios? ¿Cuántas quitan la tierra donde caben un par de árboles para sustituirla por pavimento? 

Por Dios, por la Patria y el Rey, ¿ustedes saben la mierda que da un árbol con esa manía que tiene de dejar caer hojitas, polvo y bichos? Abajo los árboles, arriba la claridad, las ventanas grandes y las paredes blancas por dentro y por fuera. En la región del sol, fuera árboles, en las regiones de árboles, a quemarlos (como en Galicia) o a convertirlos en santos si es que la tradición céltica se mantiene. Y eso que allí don Lorenzo no se manifiesta tan candente como aquí. 

En las urbanizaciones de lujo y semilujo es otra cosa. Ahí sí hay árboles y bien puestos que hasta es complicado ver las mansiones. Pero en las de la inmensa mayoría del personal, plantar árboles, ¿para qué, si no hacen más que originar porquería? El alcalde de Sevilla lo que tiene que hacer es aplicar cantidades ingentes de Bang, El Milagrito, Mister Propper, Cucal y raticidas, etc., a las calles hispalenses, si no lo hace perderá las elecciones aunque levante la línea 3 del metro y plante cien mil árboles. Y anda que el socialista que se supone que lo puede sustituir es muy competente: traza un tranvía por el mismo sitio que va la línea 1 del metro y ni siquiera lo hace llegar a la estación de Santa Justa. Y la muchacha que va diciendo por el altavoz las estaciones en las que para las pronuncia en castellano e inglés. Cuando llega a la parada de la calle Eduardo Dato, dice: “Próxima parada, Eduardo Dato. Next station, Eduagdo Deito”. Primero asesinaron su persona, ahora asesinan su nombre. 

En fin, que yo me voy a Dublín porque necesito refrescarme de todos los sofocos y reponerme del pollitocidio que he cometido, sin querer. Además, estoy harto de que me digan cómo nos manipula el telediario. De una parte de la ola me voy a librar porque allí hace 17 grados mientras aquí contamos 42. 

Por cierto, esa película, Verano del 42, ¿se inspiró en Sevilla? ¿O tal vez fue El imperio del sol? Porque Esplendor en la hierba no pudo ser, o sí, la gente prefiere el esplendor a la hierba, aquí no hay hierba, hay horrendos paisajes amarillos llenos de esplendor. ¿O tal vez fue Objetivo bikini? No, la que sí se rodó y además en la Plaza de España -que actuaba de Damasco- fue Lawrence de Arabia, ésa sí es adecuada, iba de desierto y el desierto y Sevilla en agosto se dan la mano. Lo digo por el calor y sus olas. No hace falta ir a la playa para disfrutar de las olas. Por favor, ¡con la claridad que da una buena ola de calor de esas que tiñen de rojo intenso y sanguíneo los mapas climatológicos!