Se está quejando el personal de la cuesta empinada de septiembre como en enero lo hará con la cuesta de enero. La vida es una cuesta arriba continua para los muy ricos, ricos, menos ricos, pobres y muy pobres, pero comprendo que las penas con pan son menos penas y que el pan y el mucho pan aligeran bastante las subidas en general y las angustias biológicas cuesta arriba de la vejez.
Desde luego eso de estar pendiente de que la gente consuma y se haga adicta a unos productos debe ser una cuesta muy pindia para los ricos y sus servidores. Tiene su mérito lograr que los grandes almacenes estén repletos de gente comprando trapitos, tratando de llevarse algo a la cesta doméstica o sacando billetes para viajar mientras más lejos mejor para por supuesto poder colgar fotos en la Red y así vacilar con amigos y conocidos, sin dudar en exhibir a sus hijos pequeños una y otra vez.
Si hiciéramos caso a la publicidad estaríamos todo el día mirando qué comprar y/o comprando. En realidad, esa es una de nuestras primeras ocupaciones y ahora ha irrumpido con fuerza la compra online, esto es, ya ni charlamos con el empleado o con el vendedor, ahora basta un mensaje para que al poco tiempo llegue el mensajero con el paquete y si no llega antes el pedido es porque todavía no saben qué hacer para que lo traiga un dron con la seguridad de que no va a tener un percance y caerse encima del tejado, azotea o cocorote de los viandantes.
Por supuesto, la bolsa de la compra se ha convertido ya para millones de personas en la bolsa o la vida. Cierto, esto es lo que queremos y votamos, ¿no? El mercado es así, desde lugares recónditos de los que casi nunca nos hablan ni nos informan ni nos forman, alguien decide el precio de todo y montones de intermediarios y de impuestos determinan cuánto cuesta un kilo de tomates. La política se mete por medio y establece de dónde van a proceder los tomates, puede que los tenga usted a la vuelta de la esquina pero sea más conveniente comprárselos a los marroquíes por lo que sea. Eso es el mercado y la política al servicio del mercado y viceversa, ¿no es lo que votamos? Sí. Entonces, ¿a qué vienen tantas quejas?
Traemos desde la escuela un déficit gordo de enseñanza en socioeconomía. Me acuerdo de José Luis Sampedro, catedrático de estructura económica y novelista, cuando decía algo así como que en el colegio le enseñan al alumnado qué es un paralelepípedo pero no qué es un banco y cómo funciona un banco cuando tal vez no veamos un solo paralelepípedo en la vida pero a los bancos estamos atados a perpetuidad.
En EEUU y Chile, por ejemplo, y ya en España si te vas a una privada, desde que entras en la universidad necesitas un préstamo bancario que hay que devolver poco a poco cuando se sea mayor y cuando se es mayor se precisan préstamos personales, hipotecas y un follón que te meten en la cabeza sobre fondos de inversión y otros entes misteriosos que son el poder real en el mundo y por eso tampoco sabemos casi nada de ellos a menos que compren nuestro equipo de fútbol favorito, entonces ya intentamos enterarnos de algo. Los fondos de inversión han llegado hasta a embargarle un barco de guerra al ejército de Argentina.
Una señora en la radio decía que la cuesta de septiembre es dura por el veraneo y sus gastos. ¿Y por qué veranea usted, señora? Si cree que luego lo va a pasar mal en septiembre, ¿por qué veranea usted? O, ¿por qué lo hace como lo ha hecho? Primero, se puede usted quedar en su casa, como en casa de uno no se está en ningún sitio, el ser humano suele ser un auténtico depredador de todo, empezando por su prójimo. Entonces, su ventilador, su música, su libro de lectura, su ordenador, su TV y su móvil, ahí están los objetos del Paraíso, todo el mundo y hasta el universo en unas pantallas. ¿Salen ronchas si se queda usted sin veraneo fuera y lo elige dentro? Hasta puede uno instalarse un cacharro de aire frío con una mínima parte del dinero que le birlan por ahí.
¿Qué hacer con los hijos y nietos? Si se tienen -cosa rara hoy- en todas partes hay organizaciones e instituciones que se hacen cargo de ellos durante casi todo el día por un precio asequible. ¿Y el pueblo familiar de toda la vida? Claro, ya se quedó desierto, ya está vacío y sus alrededores llenos de matojos que asan España. Ya se murieron los viejos, la abuela no nos hace la paella de antaño o el guiso del día, los niños no se sienten atraídos, quieren marcha, ni saben lo que es un pavo a menos que salga uno en Tik Tok. Y cuando no son niños y hasta se han echado novia, como no tienen trabajo ni iniciativa ni dignidad sino que viven en una eterna infancia hay que cargar con los mozos y con sus novias.
Comprendo tanto gasto. Pues se veranea en casa, esto del veraneo así, a lo “grande”, no es tan viejo, son necesidades que nos han creado. En la universidad tuve de colega a un sabio profesor, Vicente Romano, catedrático de Comunicación Audiovisual, que escribió un libro llamado La formación de la mentalidad sumisa. Claro, libros así no los publican las editoriales que miran por su caja más que por la calidad de sus libros, pero hubiera sido una buena lectura para antes de que llegara el veraneo o para el verano propiamente dicho. Lo que estudió magistralmente el profesor Romano es cómo ha ido convirtiéndose en un negocio más y muy pujante el tiempo libre de la ciudadanía.
Y eso de viajar y de viajar tan lejos, ¿por qué? Esa moda de Tailandia y zonas limítrofes, de Australia, ¡hala!, mientras más lejos, mejor, viste más. ¿Cómo va uno a quedarse en el pueblo de los antepasados? Van a pensar que soy pobre. Es como lo que sucede desde hace tela de tiempo, ¿cómo llegar a la oficina blanco como el armiño en lugar de bronceado como Julio Iglesias en sus tiempos broncíneos?
Entre los latinoamericanos descendientes de nosotros a los que he conocido es al revés: les gustan más los seres humanos blanquitos que los morenos, ser moreno no es lo mismo que blanco, vale, ahí están los morenos, se les respeta, pero no es lo mismo. Con frecuencia, eso de la igualdad sólo está en el místico y pardillo cerebro de los progres.
Nosotros tenemos que vacilar de playa, hay que gastar, hay que parecerse, aunque sea un poco, al famoseo que, por cierto, es famoseo porque vende su vida privada por un puñado de dólares, no porque curre como el ciudadano medio. El famoseo existe y los futbolistas ganan tanta pasta porque millones de simplones los miramos, los admiramos y los necesitamos para combatir nuestra pobre vida interior, nuestro vacío existencial.
Las quejas de la cuesta de septiembre me recuerdan el texto sobre la estupidez del profesor Carlo Cipolla. Su idea central es que la estupidez es llevar a cabo conductas que encima nos van a traer disgustos, incomodidades y ninguna ventaja. “Manolete, Manolete, si no sabes torear pa qué te metes”.
Si el veraneo te va a traer angustias en septiembre, veranea en tu barrio. Tu descanso en casa, salidas al super o a por lo que haga falta, no a ser esclavo de las rebajas. Algo de cine, algún espectáculo de los muchos que hay y, sobre todo, esas veladas más o menos calurosas pero sosegadas en los bares de los barrios, alguno habrá abierto. Oiga, que antes la gente se concentraba en la puerta de sus casas a charlar y en mi barrio de San Vicente, en Sevilla, la ONCE estaba cerca y buena parte del personal iba caminando tranquilamente a la sede a ver qué número -entonces eran tres números solamente- había salido, lo lucían en el balcón de la sede en cuanto lo sorteaban en los madriles.
Llegó la modernidad y, como se decía en mis tiempos machistas y homófobos, “maricón el último” y, por favor, sólo constato un dicho que aún pulula, pido perdón a las respetables personas homosexuales, tengo amigos y grandes cerebros con tal condición a quienes admiro y quiero. Puede que seamos ahora más esclavos que nunca: del qué dirán, de los productos más variados, de la ausencia de referentes espirituales e intelectuales… Si así fuera, tenemos un reto: hallarnos a nosotros mismos en lugar de hacer escapadas innecesarias y luego echarle la culpa a la cuesta de septiembre y, por supuesto, al gobierno. Y otro reto más: soportar a la pareja todo el día en vacaciones sin divorciarse en septiembre que es cuando más personas deciden no hacerle caso a eso tan bonito de “hasta que la muerte nos separe”.



