Cuarenta sin juicio y los farolillos del chichi

Mientras decido a qué psicólogo o coach ir para superar mi agobio mundial, seguiré unos días más mojito en mano a la salud de los que me leen

Un mojito, en una imagen de archivo.
Un mojito, en una imagen de archivo.

Afrontar la escritura de un artículo como si se tratase del último confiere, además de ansiedad, un carácter definitivo y cierta desinhibición, tal y como sucedería en una despedida. Pero no teman. Seguiré aquí mientras me dejen, aunque tarde entre texto y texto, aunque esto de poner negro sobre blanco de forma digna, no sea precisamente mecanografiar, sino algo más complejo. Como siempre, a pocos días de la vuelta al cole, hago balance.

Las vacaciones (esas que los docentes disfrutamos más tiempo que nadie, y rebatir ese error me dará para otro artículo) empezaron bien, entre barbacoas, reencuentros, fiestas infantiles y mucho que masticar. Pero caí en manos de la odontología de franquicia. Todo por mi bien, claro, pero que no había previsto es que deshacerme de las dos muelas de juicio inferiores supondrían una de las experiencias más intensas de mi vida. Sí. Intensísimo el umbral del dolor, que le llaman. En su cumbre estuve las dos primeras semanas de julio, y aún renquea, no se crean, esta falta de juicio que me hace ver millones de unicornios en la playa Victoria, y en las piscinas. A lo mejor el calor que me hace alucinar.

Entre flipe y flipe, debatí con amigas y vecinas eso de ser madre mamífera, que no lagarta, y el haber atravesado todas las fases posibles de esta doble condición. Nosotras podríamos debatir en cualquier foro, incluso en ese de México sin mujeres al frente, que se ha celebrado hace pocos días, para celebrar la semana de la lactancia materna. Qué ridiculez.

También, cuando las persecuciones en la playa (visualícenme desesperada corriendo detrás de mi hijo) me lo han permitido, he leído un poco, contestado correos, organizado tinglados de los míos, e incluso he estado pendiente de Franco y sus despojos (qué cansino todo), y eso que este último no se merece que estemos tan preocupados por él. En nada, habrá carajotes con camisetas del dictador, sin conocerlo de nada. No es descabellado, oigan. Camisetas absurdas haberlas haylas, ya sea con el Ché, Los Ramones o Frida la sufrida. El camiseteo, igual que la ignorancia, es atrevido.

Ha sido un verano intenso como ven, en el que no habido tiempo para aburrirse ni sestear en una tumbona (ja ja ja). Pero el estresarse en verano ha tenido para servidora un efecto muy positivo: no había reparado todavía en la crisis de los 40. Qué tontería eso de plantearse que ya ha pasado la mitad de la vida, y que es presumible que nos quede otra mitad similar pero cuesta abajo. Qué tontería darse cuenta de que a lo mejor se nos quedó algo o alguien en el tintero. Qué tontería pensar que cuando una era muy joven, soñaba que 20 años después la sociedad habría avanzado, que seríamos más listos y más irónicos (la ironía y el sentido del humor son los dos pilares de la inteligencia).

La crisis de los 40 llega en un momento raro (vale, todos los momentos lo son), en el que la doble moral y la hipocresía germinan y florecen como la mala hierba en un entorno que parecía propicio para la libertad y la tolerancia. La mojigatería ridícula, el “cogérsela con un papel”, el dedo acusador al vecino sin dar la cara, eso sí, en un foro de internet con un pseudónimo que despiste, la pobreza de espíritu.

No quiero deprimirles, ya es bastante gris el mes que se avecina. Pero es que a lo mejor mi crisis de cuarentona reciente coincide con unos niveles de gilipollez en el ambiente que asustan. Y miren ustedes, no tengo el chichi para farolillos, como pone en el neceser de Puterful que me ha regalado mi amiga, antes de que retiren los productos, agendas escolares incluidas, con este tipo de lemas “bordes” del Carrefour donde una mamá de moral impecable y chichi de blancura nuclear, denunció por no ser adecuados para sus también impolutos vástagos que seguro que nunca, nunca, nunca escucharán por accidente a Maluma ni Ozuna, ni le comerán el donut a nadie. Imposibles las puertas en el mar, señora.

En fin. Mientras decido a qué psicólogo o coach ir para superar mi agobio mundial, seguiré unos días más mojito en mano a la salud de los que me leen. Total, los 40 sin juicio me están sentando la mar de bien. Será que me adapto al caos con gran profesionalidad.

Disfruten de la rentré.

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