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Hacer autostop en la plaza del pueblo para poder llegar al instituto; aprovechar que el padre de uno pasa por el colegio de camino al trabajo; pelearse con la burocracia para justificar que una pedanía no está en el núcleo urbano de Jerez y que se reconozca así el kilometraje para la concesión de la beca.

Hacer autostop en la plaza del pueblo para poder llegar al instituto; aprovechar que el padre de uno pasa por el colegio de camino al trabajo; pelearse con la burocracia para justificar que una pedanía no está en el núcleo urbano de Jerez y que se reconozca así el kilometraje para la concesión de la beca; alcanzar la ratio mínima en una clase –en unas barriadas cada vez más despobladas– para evitar juntar dos de diferentes cursos; la lucha por mantener el funcionamiento de los centros Semi-D; etcétera. Así han ido evolucionando algunos de los muchos problemas de la población de la campiña de Jerez a la hora de acceder al derecho a la educación, y así lo expusieron ayer el profesorado, alumnado, y madres y padres que participaron en la decimoquinta jornada educativa rural que acogió en San Isidro bajo el epígrafe Pasado, presente y futuro en la educación rural.

Aunque la jornada cumple quince ediciones y ya tiene acné, muchos de los asistentes sonrieron al recordar las conclusiones que surgieron de la primera edición. Porque, por desgracia, a día de hoy muchos de los problemas tienen una vigencia que asusta. Las características de estas poblaciones, esparcidas por la comarca y a diferente distancia del núcleo urbano, han dificultado y dificultan el acceso a la cultura en general y a la oferta educativa en particular. Una de ellas, como siempre, el transporte: ¿Cómo asistir a la escuela de idiomas si el último autobús a un núcleo rural sale mucho antes de que acabe la clase? ¿Cómo ir a un acto cultural organizado por el Ayuntamiento en fin de semana cuando la frecuencia de viajes es menor que otros días? ¿Cómo llegar a casa si pierdo el autobús tras salir del bachillerato de arte en la Porvera y llegar a las Angustias en un sprint infernal? ¿Cómo llenar un autobús privado si la clase no llega ni a diez estudiantes?

Surgió el debate sobre el estigma de la calidad de la educación rural, ¿merma en relación con la de la urbe? ¿Es un estigma superado? O tal vez, ¿siga siendo auspiciado por ese complejo de inferioridad que el sistema urbanita –en todos sus ámbitos: político, educativo, mediático, sociocultural, etc.– se ha encargado de impregnar en la población rural? "Ahí están los catetos del campo, otra vez están quejándose esos pobres ignorantes, ¿pero qué más quieren?". Esa denigración de lo rural, que la población soporta, aprende a rechazar y supera. Como el joven estudiante de ingeniería que participó en la mesa redonda, el cual era consciente del poco valor que se le daba a todo lo relacionado con el campo, idea que a su vez refutaba siendo sabedor de la riqueza de los valores y productos que en sí encarna. Sin duda, muchos son los estómagos –entre ellos el mío– que corroboran que cuando los títulos no dan de comer, buena es y será la tierra de la que nacen patatas, berenjenas y tomates que llevarse a la boca.

Interesante me pareció también la intervención de la representante de las madres y los padres al destacar la necesidad de que los niños salgan de la zona rural y conozcan otro ámbitos. Ir a una excursión supone un desembolso de dinero considerable si partimos de que alquilar un servicio de transporte es mucho más caro que para cualquier colegio de la ciudad, por los kilómetros que se presupone debe hacer, incrementándose si encima son pocos niños. Se debe dar la alternativa de salir de los círculos en los que normalmente se mueve, pues sus compañeros de clase son los mismos que encuentra en las actividades extraescolares, para que cuando salgan del pueblo no se caguen de miedo, cuando abandonen lo que ahora llaman el 'círculo de confort'. Sin duda, se echó de menos más presencia de las Ampas, muy presentes en otras ediciones, aunque sí hubo mucha presencia del profesorado –aunque no es de extrañar teniendo en cuenta la implicación de Centro del Profesorado de Jerez en la organización de esta jornada–.

Estudiar nunca ha sido fácil en la campiña, ha sido más bien una proeza. Las piedras en el camino siguen. Seguirá habiendo niñas y niños queriendo estudiar y agachándose en el autobús para que no les vea el conductor cuando les prohíba montarse; seguirán madres y padres pintando pancartas para que su objetivo, que no es un deseo sino un derecho, se cumpla; y seguirá el profesorado al pie del cañón innovando en su trabajo pese a la escasez de recursos.

¿El futuro? Trabajar unidos, que la unión hace la fuerza, y la lucha por el futuro de la educación pública en la zona rural bien lo merece, sólo por el número de trabas a los que se enfrenta. Para ello y tirando del refranero, como gusta a las gentes del campo, no debemos de tirar piedras sobre nuestro propio tejado –que a veces es de uralita, como en Lomopardo, y se puede romper (ironía)–, que reivindicar y exigir a las administraciones no es hacer leña del árbol caído –menos cuando el árbol se cae en el patio de preescolar, como sucedió en Estella, después de muchas denuncias–. Y porque no siempre quien menos tiene es el que menos hace.

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