Las calles, vacías durante el toque de queda.
Las calles, vacías durante el toque de queda. MANU GARCÍA

Abuela, volvemos a estar confinados; esta vez, por municipios. Se veía venir. Andalucía surfeó la primera ola de la pandemia con cierta comodidad y eso nos envalentonó de cara al verano y así, el Gobierno andaluz se dio patadas en el culo por abrir nuestras fronteras, nuestras playas —en algún momento vendimos, incluso, playas libres de Covid—, nuestra hostelería —¿recuerdan la ocurrencia de la Junta de crear el  certificado Andalucía destino seguro para acreditar la seguridad sanitaria de los negocios del sector turístico?—. Así, ¿quién podía resistirse a pasar sus vacaciones en este paraíso libre de Covid? Solo los tontos y los que no tenían vacaciones.

Y de aquellos barros, esto lodos. Lodos en los que empieza a revolcarse cada vez más gente que cuestiona la gravedad de la situación;  personas, que no tengo por irresponsables, que  hoy se atreven a expresar en público sus dudas: “Pero bueno, ¿en tu entorno tienes gente que haya estado ingresada en la UCI o que haya muerto por Covid? —se preguntan incrédulas—. Porque yo sé de algunos que han estado en cuarentena, pero sin síntomas o con algo parecido a una gripe un poco más fuerte, pero nada más”. Y esa incredulidad va calando, porque estamos agotados, desesperanzados, hartos de no ver la salida, aterrados de perder nuestro trabajo o jodidos por haberlo perdido (empiezo a escuchar eso de que prefieren morir de Covid que de hambre).

Y cuando no confiamos en quién nos gobierna, buscamos grietas por las que colarnos, excusas para no cumplir las normas y nos agarramos a la versión que nos tranquiliza o encaja mejor con nuestros deseos… Y siempre las hay, porque a ver, ¿el virus me afecta a las siete de la tarde en un bar, pero no a las cinco? ¿Es contagioso en un teatro a las ocho de la noche, pero no en un autobús lleno hasta la bandera y sin un triste bote de hidrogel ni limpieza frecuente de asientos y barras? Y las autoridades, ¿qué han hecho?, ¿han contratado rastreadores, han reforzado la Sanidad, están haciendo PCR a los contactos con un positivo las 24 horas siguientes, están realizando cribados masivos? La respuesta es no, pero eso no nos exime de cumplir la norma a nivel individual, ni de evitar los riesgos que está en nuestra mano evitar.

Las cifras vuelven a ser preocupantes y la ocupación de UCI, alarmante. Los sanitarios nos avisan de que están, de nuevo, al borde del colapso. La credibilidad de la clase política cae a mínimos y la ciudadanía empieza a asumir que hay que elegir entre economía o salud ante el empobrecimiento general. Unos y otros deberían leer este testimonio.

Hoy he vivido unos de los peores días desde que soy enfermera de UCI.

El médico se dirige a uno de nuestros pacientes para comunicarle que le tenemos que sedar, dormir e intubar para conectarlo a un respirador. El paciente le ruega, entre lágrimas, que espere un poco, pero el doctor le dice que no podemos esperar más. Veo el miedo dibujado en su cara. Mi compañera y yo intentamos consolarlo, darle ánimos, aunque nos estamos conteniendo para no llorar. El paciente asiente depositando toda su confianza en nosotras. Coge su teléfono móvil y llama a su mujer y a su hijo para despedirse: “Me van a intubar. Os quiero mucho a todos. Dile a los niños que los quiero”. Al otro lado, oigo a una mujer llorar y, a continuación, una voz infantil. Esa será toda la conexión que ese paciente tenga durante días o meses con su familia, que no lo podrá ver, cogerle la mano, decirle palabras de consuelo... Imagino la angustia de ese hogar mientras él lucha solo contra esta enfermedad mortal. Y él, por lo menos, ha podido despedirse; recuerdo a todos aquellos que han muerto o que están luchando como auténticos jabatos en una UCI por su vida y que no llegaron a tiempo de realizar esa llamada...

Todos deberíamos hacer examen de conciencia: los políticos que no hicieron su trabajo y  los que usaron la pandemia con fines electorales, la ciudadanía irresponsable que se creyó por encima de las normas, los jóvenes que se consideraron inmunes sin pensar en sus mayores, los empresarios canallas que antepusieron sus beneficios a las vidas de los ancianos en las residencias geriátricas… Todos. No será fácil, abuela, aquí somos más de echar siempre la culpa a otros.

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