Ilustración de 'La Boca del Logo' para Ctxt.es
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No me quedo con una sentencia injusta y vejatoria ni con unos jueces machistas incapaces de hacer justicia. No me quedo con la reacción de los reaccionarios que quieren seguir perpetuando una sociedad que violenta y viola a las mujeres. No me quedo con la rabia que me provoca comprobar cuán fácilmente cinco canallas arrojan dieciocho primaveras a un largo invierno. No me quedo con la perplejidad de constatar el corporativismo de jueces y fiscales que, eludiendo toda autocrítica, se han limitado a criminalizar la protesta social y ni se plantean por qué una gran mayoría de la ciudadanía ya no cree en su justicia. No me quedo con la vulnerabilidad que me provoca comprobar lo instaurada que está en nuestra sociedad la ‘cultura de la violación’, fruto de los intereses comerciales de la industria del porno. No me quedo con el hartazgo de tener que seguir compartiendo vídeos y anuncios que alertan a las mujeres de las precauciones que debe tomar para no ser violadas. No me quedo con el dolor de un cuerpo, el de la víctima de la manada, vejado, violentado, usado, traspasado, maltratado durante un acto en el que un juez ve ‘indicios de goce’. Tampoco con la frialdad de otro, el de Nagore, que yace bajo tierra hace años por resistirse a su violador mientras él fue contratado en una clínica de Psicología y Psiquiatría. Me quedo con cerca de un millón cuatrocientas mil firmas recogidas en tiempo record exigiendo la inhabilitación de unos magistrados incapaces de distinguir entre violación y abuso sexual. Me quedo con los millones de personas que, convocadas por redes sociales, tomaron las calles horas después de conocerse la sentencia del caso de la manada. Hombres y mujeres mostrando su rabia ante una sentencia que ha dado la vuelta al mundo y contra la que la propia ONU se ha pronunciado por subestimar la gravedad de la violación. Me quedo con el apoyo de casi dos mil psicólogos y psiquiatras a la víctima de la manada y reclamando formación en perspectiva de género para policías, jueces y fiscales. Me quedo con el debate social que se ha abierto sobre la violencia sexual que seguimos padeciendo las mujeres. Iniciativas como la de #Cuéntalo, promovidas por Cristina Fallarás y Virginia Pérez, para que las mujeres que ocupan cargos públicos, o tienen relevancia social, relaten la violencia sexual que han vivido es buena muestra de ello. Me quedo con mensaje de las Carmelitas Descalzas: ‘Hermana, yo sí te creo’ y el poema de las Clarisas de Villaviciosa: Eran cinco lobos/ grises como el viento,/ en aquella noche/ sin luna en el cielo. Abrían sus fauces/ llenas de veneno,/ sobre una chiquilla/ muriendo de miedo. (…) Irrumpen los aires/ la voz de los pueblos/ clamando justicia,/ amor y respeto.. Circula por ahí el bulo del Centésimo Mono que afirma que unos científicos japoneses comprobaron que algunos monos de una isla nipona aprendieron a lavar batatas, y poco a poco este nuevo comportamiento se extendió a través de la generación más joven hasta que, una vez alcanzado un cierto número crítico de monos adiestrados ―el llamado mono 100―, la conducta se extendió, instantánea y milagrosamente, por las islas cercanas. Esa historia puede ser falsa, pero la idea en la que se basa es esperanzadora. Abuela, no quiero pecar de ilusa, pero creo que en un futuro, que espero que no sea muy lejano, se hablará, y no será un bulo, de la Centésima Mona, la que, acuciada por una manada de canallas, salió a la calle a decir: ¡basta!, y gritó tan fuerte que la sociedad, por fin, lo entendió. Me quedo con la esperanza de un tiempo que ha parido una nueva conciencia.  

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