Una imagen de las movilizaciones del 8M.
Una imagen de las movilizaciones del 8M.

Soy feminista porque no puedo ser otra cosa: soy mujer. Y como mujer, este 8 de marzo estaré en la calle nuevamente por las mismas razones que lo estuve el año pasado y el anterior y el otro: contra la violencia de género y el techo de crista —que más parece de acero—; para que la igualdad lo sea de hecho y no solo de derecho; para exigir poder ir tranquilas por la calle sin temor a ser violentadas o violadas, y si tenemos la desgracia de serlo, para que no se cuestione si nos defendimos con suficiente ahínco; para exigir no ser juzgada antes por nuestro género que por nuestro talento; para que no se nos vaya la vida haciendo malabarismos para conciliar la vida laboral y familiar y, a pesar de tanto esfuerzo, tener que hacer el doble para ser reconocidas la mitad; para no sentirnos culpables si no nos apetece asumir el rol de madres o cuidadoras y no ser juzgadas por ello…

Y este año, voy por otra razón más: porque me niego a desandar ni un milímetro el camino que llevamos andado. Nos ha costado mucho llegar hasta aquí para que las fuerzas reaccionarias y el machismo recalcitrante pretendan devolvernos a un tiempo en el que la mujer era un mero accesorio del hombre (‘detrás de un gran hombre, hay una gran mujer’, pero detrás, ¡eh!, no se os ocurra adelantarlo); en el que la violencia de género estaba normalizada (aún recuerdo eso de que ‘mi marido me pega lo normal’); en el que nuestro papel de esposa y madre se anteponía a cualquier aspiración profesional o personal que tuviésemos en la vida; en el que solo las hijas de las familias bien podían abortar con seguridad en clínicas privadas o en Londres, mientras las otras, las pobres, se ponían en manos de aficionados que, en muchas ocasiones, las mataban o las dejaban estériles para toda la vida; en el que los niños estudiaban carreras de ciencias y nosotras, de letras o relacionadas con el cuidado.

Un tiempo cuya sombra aún se proyecta en nuestro presente a la vista del clima de odio hacia el feminismo que la extrema derecha está fomentando, negando, incluso, la existencia de la violencia de género. Un tiempo que no se supera solo con una Ley contra la Violencia de Género ni un anteproyecto de ley de Libertad Sexual, sino con educación en igualdad desde la más tierna infancia en hogares y escuelas.

Este 8 de Marzo voy a estar en la calle para tener cada vez menos razones para salir a la calle en años venideros. Por mí, por las que me precedieron, por las que lucharon para conseguir que hoy yo pueda escribir esto sin que se me cuestione mi derecho a hacerlo por el hecho de ser mujer y por las que me sucederán. Y también por los hombres —los que creen en el feminismo y los que no—, porque estoy convencida de que un mundo con menos testosterona, con un reparto equitativo del poder y una igualdad efectiva es un mundo mejor, más justo y sostenible y mucho más enriquecedor y libre para ellos mismos. El mundo que me gustaría dejarle a mi nieto. El que no pudo dejarme ni mi madre ni tú, abuela, porque vosotras vivisteis en ese al que las fuerzas reaccionarias, apoyadas por alguna feminista amazónica, les gustaría devolvernos. El mundo por el que sigo luchando día a día.

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