En tiempos donde los hombres matan a las mujeres, surge la necesidad de buscar análisis serios en una sociedad históricamente poca formada en el respeto a la igualdad.

En tiempos donde los hombres matan a las mujeres, surge la necesidad de buscar análisis serios en una sociedad históricamente poca formada en el respeto a la igualdad. Y la condescendencia es para mí el elemento clave: la humillación, y por ende el origen de la llamada violencia de género. La condescendencia, junto con su hermano mayor el paternalismo, parten de que las relaciones entre las personas se perciben desde planos diferentes, donde el que se encuentra en la posición de poder subordina la decisión del otro a su punto de vista, a su concepción de la vida.

Una invisible tela de araña arrastra el patriarcado a situaciones, que parecen nimias, pero que en el fondo son crueles. El mismo piropo que agrede a la mujer que pasa con una falda más corta, o la condescendencia con el cuidado excesivo de la niña, que ya no es tan niña, y con la que tenemos más reparo que con el varón “que se cuida solo”. La condescendencia es opinar por el otro, normalmente por la otra. La violencia de género tiene mucho que ver con esa visión que induce a ver la vida desde planos diferentes, uno superior que decide y otro inferior que acata, que escucha.

La juventud tiene graves problemas de condescendencia, se observa en las actitudes del chico, del novio que vigila de su chica, la novia, a la que le cuida de su teléfono y protege de la manada. ¡Cuidado! Solo en una sociedad de planos iguales podremos establecer relaciones justas y libres.

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