Con permiso, buenas tardes

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Presa de uno de los peores hábitos que actualmente asola a los jóvenes de mi generación, alargué la mano en busca del móvil, para consultar las redes sociales.  

El pasado miércoles 24 de febrero amanecí tarde. Lo recuerdo porque afortunadamente, en contra de todo pronóstico, la implacable alarma de la rutina decidió saltarse un par de horas aquel día, como si obedeciera a una suerte de anhelo colectivo que demandase la necesidad de un pequeño oasis temporal a mitad de semana. Presa de uno de los peores hábitos que actualmente asola a los jóvenes de mi generación, alargué la mano en busca del móvil, para consultar las redes sociales.  

El primer descubrimiento del día fue que, a tan sólo 90 kilómetros de aquella mesita de noche, el cuerpo sin vida de otra mujer, aún hoy de identidad desconocida, había amanecido en un banco del sevillano parque María Luisa. Un parque en el que yo también he amanecido, en más de una ocasión. Según la autopsia, la causa de la muerte se categorizaba, en primera instancia, como suicidio por sobredosis de antidepresivos. Sin embargo, en un análisis posterior, la policía había hallado indicios de abusos sexuales que podrían haberse producido durante o después del fallecimiento. Esta última revelación me acompañó durante toda la semana y confieso que, a día de hoy, continúa atragantándoseme de vez en cuando, y no parece tener intención de disiparse.

Al tratar de realizar una lectura más profunda que alivie un poco esta desazón recurrente, encuentro que el peligro real de este tipo de sucesos, ya no reside exclusivamente en su ocurrencia, sino en la brutalidad cada vez más inquietante de sus formas. Y, especialmente, en la inquietud que genera la crueldad de lo sutil, que es lo que precede al desenlace fatal: el horror que no se palpa. El verdadero poder de la violencia machista se encuentra en su capacidad para imprimirte el miedo en el cuerpo de manera casi instantánea. Todo el tiempo. El miedo a transitar sola un espacio público, a determinadas horas. El miedo a los kilos de más y a los de menos. El miedo a decir lo que piensas, por miedo a ser corregida o calificada de mediocre. El miedo a sobresalir, y que esto resulte extraño o violento para los que te rodean. El miedo a no pertenecer. A un lugar, a una persona, a un tiempo determinado. El miedo a pertenecer y ser esclava.

En Julio de 2015, la ONU emitía un informe que apuntaba hacia España como uno de los países con las políticas más negligentes y deficitarias en cuanto a prevención e intervención en materia de género, haciendo alusión al acusado índice de machismo aún imperante a nivel social, cultural y económico. Un país que cuarenta años después del fin de la dictadura se sigue cobrando más de cien feminicidios al año, de media.

Observando el panorama actual, una no puede evitar plantearse qué se encuentra tan sumamente ulcerado en la esencia de esta sociedad, cuando, al tiempo que continúan produciéndose escenas tan lamentables como la acaecida en el María Luisa, aquellos que se erigen a sí mismos como los herederos legítimos de la transición y portavoces del sistema democrático actual, se esfuerzan por ningunear activamente y de manera insultante, la lucha diaria de muchas mujeres, intentando equipararla en términos legales, a poco más que “un conflicto puntual que podría producirse entre cuñados, en una cena navideña”, duda razonable que planteaba astutamente la periodista Pepa Bueno, en respuesta al argumento sostenido por C’s a favor de la eliminación del agravante de género, en lo referente a la violencia doméstica.

Asimismo, recordando las palabras del compañero Alberto Garzón durante el Debate a 9, si no nos esforzamos por hacernos conscientes de que el verdadero alcance de las violencias machistas se nutre de toda una estructura que reafirma sistemáticamente la inferioridad del género femenino en todos los ámbitos, si no somos capaces de hallar en esta, la legitimización implícita de que, a una mujer, por el mero hecho de serlo, pueda llegar incluso a arrebatársele el momento de intimidad última que constituye la propia muerte, entonces, definitivamente, no hemos entendido nada. Cada profanación, cada tragedia cotidiana, continuará reduciéndose a la brutalidad del anonimato. Por ello, nosotras seguiremos amaneciendo las calles, vertebrando sus avenidas y parques. Y aún habrá muchos que traten de detenernos. Pero como anunciaba Martínez Ares en el famoso pasodoble: ya no tenemos miedo.

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