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Leticia Dolera es actriz y una de las más reconocibles directoras jóvenes del cine español. El pasado sábado participó en la gala de los Goya, y pocos días después reflexionaba en un artículo titulado Contradicciones de una feminista en la alfombra roja, los pros y los contras de ser mujer en un mundo de glamour. Me llamó la atención el planteamiento: “A ver, ¿nos maquillamos y arreglamos porque queremos, o porque hemos crecido con ese imaginario femenino que ha dibujado el hetero-patriarcado para nosotras? Entonces, como mujer feminista, ¿no debería vestir de otra manera a lo que se espera de mi rol de mujer en una alfombra roja?”, y sobre todo la respuesta. “Sí y no”. A todo esto, me resulta hilarante la cantidad de críticas que ha recibido Dani Rovira por homenajear a las actrices optando por ponerse tacones. Fue facilón, pero se ofende quien tiene ganas de ofenderse…

La verdad es que, a partir de una imposición social, algunas nos maquillamos porque, con el tiempo, nos hemos aficionado y le vemos la gracia, la creatividad y nos gusta hacerlo. Yo disfruto más comprándome maquillaje y lencería que ropa de calle, por ejemplo. Otras lo hacen por costumbre y no se plantean por qué, y otras que, sin querer maquillarse, se sienten obligadas a hacerlo, como lo de llevar tacones.

Siempre quise jugar con el maquillaje de mi madre, desde que era muy pequeña, y ella siempre lo mantenía fuera de mi alcance. Dudo mucho que a los tres o cuatro años me viese presionada por el patriarcado

Tampoco sabría deciros qué porcentaje de imposición hubo en mi caso. Siempre quise jugar con el maquillaje de mi madre, desde que era muy pequeña, y ella siempre lo mantenía fuera de mi alcance. Dudo mucho que a los tres o cuatro años me viese presionada por el patriarcado. La verdad es que encontraba divertidísimo probar los pintalabios de mi madre. Cuando estaba en el instituto, algunas de mis compañeras se maquillaban, yo no, yo quería, pero mis padres lo encontraban inadecuado y yo lo sabía de sobra, no insistí.

Me maquillé a diario una vez que entré en la universidad y pude hacer lo que me dio la gana. Sí, habéis leído bien. Me maquillaba porque me daba la gana hacerlo. Al principio, todo sea dicho, era desastroso. El maquillaje es un arte. La mayoría de las mujeres de mi entorno van a lo fácil, rápido y seguro. A mí me va más el echarle ganas, cuando me apetece, claro, porque normalmente voy sin maquillaje. El caso es que las ganas estaban desde el principio, pero la habilidad no, el maquillaje necesita práctica. Supongo que para andar con tacones es igual… No sé ustedes, pero yo conozco mujeres que son incapaces de caminar por la calle con zapatos planos. No soy una de ellas, pero existen.

Estoy un tanto harta de que se enfrente lo femenino con lo feminista. ¿Y qué es lo femenino?, ¿qué es ser “femenina”? Pues bien, si buscamos en el diccionario se lee: “Que posee características atribuidas a la mujer”. Ahí está la clave: atribuidas. Características atribuidas, es decir, ser femenina hace referencia a la visión clásica -sí, dirigida por una sociedad patriarcal- de la mujer en su conjunto. ¿Pero cuál es la mujer clásica?, ¿la princesa, o la madrastra?, ¿Bernarda Alba, o Cleopatra? ¿Quién es más femenina? La diosa Afrodita, que era astuta, sensual, vengativa, poderosa…, o es Helena de Troya, que ni pinchaba ni cortaba pero, como decía Fausto, tenía el rostro que hizo zarpar mil barcos. Hablemos claro, en el imaginario clásico, femenina es más la chica dulce, a ratos valiente y a ratos ingenua, siempre con una sonrisa, siempre dispuesta a cuidar de los demás, delicada, más hermosa que las otras aunque duerma entre cenizas, mucho más reflexiva que impetuosa, y suele cantar divinamente. Aunque también existen, en un imaginario más actual, las “Chicas malas” que son unas cabronas, inteligentes y vengativas, que van a lo suyo, caiga quien caiga, sin dejar de ser hermosas y sexis.

Todas, las buenas y las malas, son preciosas y se cuidan de llevar el maquillaje perfecto, ropa favorecedora y un buen par de tacones. Es un estereotipo, y aunque todas estemos condicionadas por lo que se espera del mero hecho de ser mujer, creo que llevar falda no es excusa para que nos resten dignidad. No es llevar maquillaje ni un vestido escotado lo que te hace menos feminista. Creo que las mujeres son las primeras que tienen que entender esto de una vez, y ponerse pantalones o falda cuando les de la gana, sin plantearse “¿no debería vestir de otra manera a lo que se espera de mi rol de mujer en...?” No, querida, vístete como quieras, joder. No pienses en si es lo que quieren los hombres, o si es lo que quieren las mujeres… ¿Qué quieres tú? Hoy falda y mañana pantalón. Genial. ¿Qué le pasa al vestido?, ¿que te hace estar atractiva? ¿No te has planteado que quizás lo seas, con ese vestido o con pantalones? Eres una mujer y, como los hombres, tienes tu propio atractivo. Ese vestido, ese maquillaje, tan sólo los resalta.

Otra elección de vestuario quizás los degrade, hay de todo. Eso no te quita libertad, la libertad está en llevarlo si te apetece. ¿Y qué hay de malo en disfrutar del poder de atracción de nuestros cuerpos? Somos seres sexuales. Todos. La deshumanización de la mujer es brutal, por ejemplo, en los anuncios que las tratan como objetos; debería estar prohibido un trato tan vejatorio a nuestro sexo. Pero yo, como mujer feminista, entiendo que lo que quiera hacer con mi cuerpo, sea en mi casa o en una fiesta de nochevieja, lo haré sin que nadie se meta en mi vida. Como bien explicó Madonna, al recoger el Billboard a la Mujer del Año, ¿ser feminista es negar nuestra sexualidad? Pues al carajo, soy una feminista mala.

Siempre digo que no hay actitud más feminista, más poderosa y más libre que la que ejerció Betty Page en su tiempo. No se preocupen, que hay mujeres que consideran que su ejemplo, como el de Madonna, retrasa la lucha feminista. Lo que es no tener ni puta idea.

Sí, “femeninas” son las características atribuidas a la mujer. Pero, ¿tan incomprensible e increíble es que algunas las reconozcamos como propias y no atribuidas? ¿Si vas con zapatos planos a una alfombra roja te tienes que justificar tú, o me justifico yo por ir con tacones? Tú tendrás que argumentar que no te da la gana de ir incómoda y yo tendré que argumentar que me compensa el dolor por la estética, o defender que no estoy alienada, o qué se yo… En serio. Sobra. Todo.

El gusto por la estética se educa, ciertamente, y es más que obvio que lo que consideramos hermoso viene marcado por nuestra educación, no sólo moral, sino puramente visual, y también por la experiencia. Quiero decir que, cuando yo era pequeña, mi bagaje me decía que las brujas malas eran horrendas -decidí yo que eran horrendas, porque las veía, y bonitas no eran, no hizo falta que nadie me lo subtitulara-, que las madrastras eran todas malvadas -esto te lo decían directamente, sin pudor alguno-, que las princesas eran todas bellísimas -también te lo decían, valiéndose de espejitos mágicos o de nombres tan sutiles como “Bella”- y cantaban divinamente -uno de los motivos por los que soy de La Sirenita: no se dice que sea la más hermosa, sino la que tiene mejor voz-.

Da la casualidad de que, en ese apretado corsé en el que nos han metido desde siempre, algunas se han encontrado a sí mismas y se encuentran cómodas

Da la casualidad de que, en ese apretado corsé en el que nos han metido desde siempre, algunas se han encontrado a sí mismas y se encuentran cómodas. Sé que es difícil de comprender. A todas nos hacen daño los tacones, en eso estamos de acuerdo. Pero creo que si los seguimos usando no es porque nos hagan daño y el patriarcado se regocije con ello. Las hombreras no duelen, y nos las hemos quitado de encima -casi- por completo. El gusto se educa, y el gusto estético no es una excepción. Pueden decirnos por activa y por pasiva que las hombreras son estupendas, pero con el tiempo sabes que no. Sin embargo, ¿alguien ve cercano el final de los tacones? No. ¿Por qué? Porque estéticamente tienen un argumento realmente fuerte: embellecen las piernas como ningún otro invento lo ha conseguido jamás. ¿Y por qué valora una mujer que sus piernas luzcan hermosas? Quizás porque le da la real gana, quizás porque se gusta, quizás porque se siente afortunada de que la naturaleza le haya dado unas piernas de escándalo y quiera explotarlas al máximo, quizás porque son su arma de seducción física preferida. No me digáis que ser feminista implica descartar la seducción, no me digáis que ser feminista implica desinterés a la hora de seducir físicamente al otro. Primero: somos animales, y la seducción es parte de la vida. Segundo: la gente sin complejos no existe, aunque, afortunadamente, no todos viven acomplejados. Esto también explica por qué el ser humano -no sólo las mujeres- lleva casi desde el principio de los tiempos usando maquillaje: aporta un aspecto mejorado, si se sabe usar, y eso, traducido a la biología, no sólo atrae por la belleza en sí, sino porque el aspecto más saludable cuenta como aval de procreación. ¿Les explico cómo cortejan los pavos reales -machos-, o no hace falta?

No toda mujer es “femenina”. Me consta que hay quien se maquilla, se pone un vestido, y sigue sin ser femenina en absoluto. En cualquier caso, eso no la hace menos mujer, como tampoco ser una Barbie te hace más mujer: Entre Angela Merkel y Melania Trump, me quedo con ninguna, y son extremos opuestos. Alicia Keys ha anunciado que no volverá a usar maquillaje. El maquillaje no es necesario, en todo caso puede ser útil. Ella es muy femenina, lo es, responde al canon clásico, y canta divinamente, como la sirenita. Digo yo, ¿por qué habrá tomado esa decisión, y no la de maquillarse cuando le apetezca y punto? No, ella no se va a volver a maquillar jamás. Vale, pero que sepa ella que si alguna vez se quiere pintar los labios, no iré a señalarla y a decir “¡Eh! ¡Que se está maquillando y dijo que no lo haría más! ¡Incoherencia!”.

En resumen: hay mujeres, entre las que me incluyo, que disfrutan enormemente de fantasear con el maquillaje, los vestidos, los tacones, etc., aunque eso implique no estar lista en cinco minutos. Quizás es, simplemente, que somos presumidas y no necesariamente femeninas, que la vanidad es muy mala… Bienvenidas sean las que no lo hagan, por supuesto, faltaría más. No creo que se deba entender como alienación general algo que nos aporta placer -a algunas-, pero quizás me equivoco... Que a los Goya haya que ir de rigurosa etiqueta no impide que las mujeres puedan acudir de smoking, ni obliga al maquillaje o al tacón. No acabo de entender el drama, y no es cinismo.

El artículo de Leticia Dolera también trata la posición de la mujer en el mundo audiovisual. Es interesante, porque ella sabe de lo que habla. Desde luego, sabe mucho más que yo. Les recomiendo la lectura.

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