Cómo renunciar a lo que nos define

Entonces qué hacer para cambiar esa realidad que, a través de la diferenciación, la separación, y la asignación de contenidos, organiza la vida y las sociedades como juegos de suma cero, donde para que unos ganen, otras han de perder

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Miembro de la Asociación de Hombres Igualitarios de Andalucía. (A Rocío siempre, antes, después y luego)

Cómo renunciar a lo que nos define
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Viendo y observando a los hombres en nuestros comportamientos cotidianos, en la calle, el trabajo, las reuniones, en los actos sociales, o en el ocio, me reafirmo en la idea de lo complicado por no decir imposible, que es cambiar un modelo de ser hombre tan arraigado, con el que la mayor parte de la población se identifica.

Sabemos a la perfección lo que es ser un hombre y ser una mujer. También conocemos lo que son las “desviaciones y anomalías” de un “orden natural” que nadie ha demostrado, pero en el que creemos.

Los hombres por la igualdad, los de la academia, y también los del activismo no paramos de hablar e inventar conceptos, “otras masculinidades, nuevas masculinidades, masculinidades disidentes, masculinidades cuidadoras, nuevos hombres”, y creo que, si seguimos solo teorizando, que  no es que esté mal, pero que se nos puede ir la vida en ello, continuaremos ensimismados en las ramas, no viendo el bosque.

Decir que ser hombre es sinónimo de masculino es un error, porque con independencia de los nombres que les demos a la masculinidad, hay algo claro, y es que los hombres, no respondemos a la idea de la masculinidad en toda nuestra complejidad como seres humanos, pero sí y de forma mayoritaria, en aspectos esenciales, lo hacemos  a unos mismos patrones, principios, significados y significantes, que son los que definen el modelo de masculinidad que llamamos hegemónica, y que a su vez identificamos con valores como las jerarquías, el control, la agresividad, la ira, la fuerza, y la integridad emocional, y es esa, más allá de las teorías, la masculinidad que tenemos que identificar y deconstruir, para que no siga gobernando nuestras vidas. 

Porque un hombre puede rechazar las violencias y las desigualdades que a diario se cometen contra las mujeres, y durante su vida no hacer daño a nadie, pero si en su definición como hombre figuran de forma orientadora los principios del patriarcado, su sola existencia ya genera desigualdades, provoca violencias, y supone un peligro, por muy santo que éste sea. Si no somos conscientes de que las desigualdades, los abusos, las violaciones están en nuestro concepto de hombre, y la responsabilidad la derivamos a lo personal y no a lo político, es imposible que cambiemos unas reglas del juego con cartas marcadas. Ser hombre patriarcal, blanco, masculino-hegemónico, es en sí el problema.

Es la definición de hombre como género la responsable, un ideario fundacional desigual, violento, autoritario, y dominador de las mujeres, de quienes se separan de él, de las personas distintas, y de nosotros mismos. Es en la expulsión de lo distinto, como diría el sur coreano Han, en la otredad, donde se sitúa la estrategia de identificación como instrumento para seguir manteniendo el control del poder y la hegemonía.

Entonces qué hacer para cambiar esa realidad que, a través de la diferenciación, la separación, y la asignación de contenidos, organiza la vida y las sociedades como juegos de suma cero, donde para que unos ganen, otras han de perder.  

Quizás todo se sitúe en el espacio de lo político y lo global, en el cambio de un orden económico, político, simbólico, y social establecido, y de la cultura que lo conforma y sustenta, que se estructura en la desigualdad social, racial, la identidad, el género. Un mundo de control-sumisión, opulencia y pobreza. Una masculinidad, blanca, occidental y heteronormativa, que oprime, explota y margina a las mujeres, a las personas racializadas, a la gente pobre, a los homosexuales, a las lesbianas, a las personas trans, y en definitiva a las diferentes y disidentes, y esa revolución es utópica pretender realizarla solo desde lo individual, como inteligentemente, capitalismo y patriarcado, quieren hacernos creer.

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