Cómo acabar con la bestia

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Mientras no seamos capaces de quitarnos la venda y ver cómo acabar con el problema, prepárense para seguir recibiendo hostias. Y todo indica que será por mucho tiempo.

De nuevo se agolpan similares imágenes en las pantallas de televisión y parece que poco o nada haya cambiado. El terrorismo yihadista es un hecho ya irrefutable que nos acompaña cada cierto tiempo, y otra vez volveremos a las concentraciones de protesta en embajadas, a las vigilias en plazas a la luz de las velas y a operaciones relámpago policiales que acabarán con varios desgraciados (en todas las acepciones de la palabra) en la cárcel.

Pretender hacernos creer que la solución a este nuevo cáncer de la humanidad radica única y exclusivamente en la acción policial y militar es un sinsentido que cada vez queda más claro y notorio.

Recapitulemos. Cuando el Demonio de los Demonios, Al-Qaeda, perpetró los atentados de Nueva York, Madrid o Londres, los actos terroristas consistían en operaciones largamente planificadas y orquestadas por auténticos mercenarios de su causa, y el número de víctimas era espectacular. Con la llegada de las nuevas medidas de seguridad y la “lucha terrorista” como nuevo frente occidental, el eje ha cambiado notoriamente. Estado Islámico ha fagocitado Al-Qaeda, y ahora huyen de las acciones macrocoordinadas. Ahora, los terroristas suelen ser personas sin un entrenamiento especial, que actúan en solitario o en grupo reducido, y cuya acción terrorista, improvisada, provoca menos víctimas, pero mayor inquietud. Porque ya no necesitan un avión cargado de queroseno, o tres mochilas petadas de dinamita. Ahora les basta con un coche y un cuchillo para crear el caos en toda una capital como Londres.

Abordar el terrorismo yihadista de forma simplicista, al estilo Trump, no soluciona nada. Porque antes el terrorista venía desde su país, al otro lado del Mediterráneo, para colocar sus bombas en nuestro suelo. El que atenta ahora, es ciudadano occidental, de ascendencia islámica, pero cuya familia lleva establecida en Europa dos o tres generaciones… por tanto, tan europeos como cualquiera de nosotros, y en consecuencia, libre de sospecha.

La silla de este brote de violencia se sustenta en otras patas, igual o más importantes que las personas a las que se ha captado y lavado el cerebro para convertirlos en asesinos suicidas. Se sustenta también en una cooperación internacional a nivel de servicios de inteligencia que hoy día es poca o insuficiente a todas luces.

La otra pata es la de la financiación de sus actuaciones a través de paraísos fiscales y/o reinos saudíes, de esos a los que en verano recibimos con alfombras rojas, fastos y honores propios de nuestra propia monarquía. Mientras no se ataje este problema (que es económico y diplomático, no militar), poco podremos hacer para combatir la lacra. Y el ejemplo más claro lo tenemos aquí: la caída de ETA se ha producido tras la implicación en nuestro problema de la inteligencia francesa, interpol… y sobre todo tras descabezar el entramado económico que sustentaba a la bestia.

Mientras no seamos capaces de quitarnos la venda y ver cómo acabar con el problema, prepárense para seguir recibiendo hostias. Y todo indica que será por mucho tiempo.

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