Una niña, envuelta en la bandera del arcoiris, durante la concentración contra la LGTBIfobia. FOTO: MANU GARCÍA.
Una niña, envuelta en la bandera del arcoiris, durante la concentración contra la LGTBIfobia. FOTO: MANU GARCÍA.

Hay una polémica ahora provocada por los de siempre que dicen que se les está enseñando a los niños en los colegios a ser gay. Adoctrinando, dicen ellos. Ya saben. Los de siempre, esos machotes que continuamente están persiguiendo al movimiento gay, pero que con los casos de pederastia que se dan en el mundo, callan.

Les voy a explicar por qué un niño de diez, once, doce años necesita saber qué es ser gay.

Allá por los setenta, la educación sexual en España no existía. La mujer la padecía en primer lugar en sus propias carnes. Sé por casos cercanos —muchos, tal vez demasiados— que las mujeres no tenían ni idea de lo que era la mestruación antes de que les llegara. Lo sé por mi hermana, que no sabía nada y pensó que se moría cuando le vino. Mi madre hizo lo que se hacía entonces. No decir nada. Pero cuando vio la que montó mi hermana decidió que yo iba a aprender sexualidad. No es que ella supiera mucho, la pobre, imaginen la educación sexual de una mujer que creció en la dictadura franquista. Pero tuvo las suficientes luces para comprarme revistas y libros. ‘Que aprenda con eso y no en la calle’ la escuché una vez decir a una vecina cuando ésta le recriminaba porque me vió una vez con esas revistas. Sí, yo soy hijo del consultorio sexológico del Pronto, del Nuevo Vale y del LIB que compraban mis primos.

Sin embargo, en aquellos consultorios sexológicos de los finales de los setenta y principio de los ochenta hablaban poco por no decir nada de lo que era ser gay.

Así que cuando yo descubrí que era como era me tuve que comer las papas solo. No fue fácil y fue doloroso pero no voy a contar aquí todo lo pasado porque es como para una novela.

Lo que sí puedo decir es que estaba tan desesperado porque no conocía a ningún gay (ahora me da la risa, cuando sé que Jerez está lleno de gays) que lo único que se me ocurrió —y bendita la hora que lo hice— fue llamar por teléfono a la Casa de la Juventud. Marqué muchas veces y colgué. Se me secaba la garganta. Hasta que lo hice, siempre desde una cabina, claro. Me cogió el teléfono Toñi Asencio, médica, que llevaba por aquél entonces el área de educación sexual. Siempre que la veo, se lo digo. Me salvó la vida, en serio. Me aclaró que yo no era el único gay de Jerez (me entran las risas ahora otra vez, claro. Ahora. En aquél tiempo fue un drama) Me puso en contacto con una asociación de gays y lesbianas de Sevilla y a partir de ahí, ya mi vida vio la luz. Sería para contar otra novela.

¿Por qué es importante que un niño sepa lo que es ser gay? Pues para que cuando descubra que lo es no pasé por lo que pasé yo ni por lo que han pasado los millones de gays de España y del mundo. Para que sepa que no le va a pasar nada malo, que nadie hoy en España le va a discriminar porque es delito y sobre todo para que sepa cómo actuar y dónde y a quién pedir ayuda cuando lo necesite y no se encuentre solo.

No, no es adoctrinar porque el ser gay no se aprende. Eso sale. Como yo no aprendí a ser hetero cuando mi maestro dibujó una vagina en la pizarra y en la clase se formó la de San Quintín. Ni me hice hetero cuando iba con mis amigos heteros a las discotecas de entonces. Ni incluso cuando ya a los veinte años confesé que era gay. Ninguno se volvió gay. O sea, que señores de siempre, estén tranquilos. Ningún niño se hará gay porque le expliquen que es ser gay. Lo que se conseguirá es que el niño que sea gay, sea más feliz por serlo y no hacerle una infancia desgraciada.

Y ahora a esta columna de opinión, le cambian el nombre de gay por lesbiana. Y le suman la discriminación por ser mujer para que cuadre la ecuación. Multipliquen por tres o más el dolor si el niño o la niña es transexual.

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