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Una mañana, tendría diez años, fui al mercadillo de cosas antiguas que todos los jueves ponían en mi barrio. Me acerque a uno de los puestos donde un hombre pregonaba un objeto extraordinario y maravilloso que hacía prodigios, y que por un “increíble precio”, al caballero que lo comprase, le regalaba uno, otro, y otro objeto, y así hasta convertir la oferta en irrechazable. Siempre había mucha gente mirando a ese hombrecillo que jueves tras jueves nos engatusaba con su verborrea y desparpajo. Ese día mientras pasmado miraba, note que alguien se pegó a mi espalda, y comenzó a rozarse. Asustado me di la vuelta, le miré y temblando, creo, salí corriendo. Esta experiencia me marco durante un tiempo y mis pesadillas y temores de aquellos años, tuvieron mucho que ver con aquel día.

Creo que no he contado a nadie esta historia, y no sé si ha significado mucho o poco en mi vida. Lo cierto es que hoy transcurridos ya muchos años sigo recordándola. Y la cuento ahora porque no puedo evitar ponerla en relación con los hombres, y la situación de poder que ejercemos sobre todas aquellas personas a las que consideramos inferiores. Y también porque pienso en la sexualidad y en qué tipo de educación hemos recibido, que nos hace ser violentos, causar y causarnos tanto daño.

Me cuesta entender porqué los hombres no nos movemos para alterar un orden injusto, y nos conformamos con tantas realidades que cada día nos hacen temblar el corazón. No alcanzo a comprender a los hombres, a comprenderme a mí, o será que no asumo el hecho de que no todos partimos desde el mismo lugar, y que soy yo quien tiene que pararse, escuchar e intentar comprender. Entonces caigo en la cuenta del hombre machista que también soy. Un hombre que no escucha, y al que le gusta hacer valer siempre su opinión.

Sinceramente no lo sé, pertenezco a un grupo de hombres que estamos comenzando, y pretendemos reflexionar sobre la igualdad de género, pero cómo podemos hacerlo, si nos cuesta tanto trabajo, ver, reconocer, y aceptar la desigualdad. Sí con el fin de crecer personalmente y reflexionar, cuestionamos realidades para legitimarnos y deslegitimar. Si nos declaramos víctimas, no porque nos sintamos, sino para no reconocerlas. Porque en esta historia también hay buenos y malas, decimos.

Quizás mi dificultad sea el camino, el cómo llegar, el ser eficaz a la hora de plantar ante a los hombres el espejo de su realidad. De qué forma proponer un cambio que nos supone pérdida, desprestigio, y la aceptación de una culpabilidad, sin que nos sintamos atacados, y eso nos obligue a ponernos a la defensiva, y a sentir el discurso de la igualdad como una agresión.

Gestionar la igualdad de género entre hombres, cohesionar un grupo de hombres por la igualdad  y hacer que se comprometa socialmente no es tarea fácil, me lo dice mi amigo José Ángel, que de esto sabe, y puede que yo vaya muy rápido, y este mundo gire a otra velocidad.

Pero y a pesar de todo y de que cada semana las noticias que ya no nos sorprenden, nos saludan con una nueva mujer asesinada a sumar a la larga lista de mujeres asesinadas por quienes decían amarlas hasta más que a sus vidas, los hombres seguimos pensando que el problema no es nuestro.

Seguimos sin aceptar que en esta tragedia que tiene como victimas a las mujeres, nosotros tenemos papel de protagonista. Sin reconocer que nada es insignificante cuando hablamos de igualdad y violencias, y que los pequeños detalles si importan porque de ellos está hecha la vida. Que es verdad que no todos somos asesinos de mujeres, ni violadores, pero que es cierto que todos podemos llegar a serlo.

José Saramago el gran hombre y escritor portugués, nos dejo una hermosa frase con la que termino mi opinión, “Tal vez cien mil hombres, solo hombres, nada más que hombres, manifestándose en las calles, mientras las mujeres, en las aceras, les lanzan flores, podría ser la señal que la sociedad necesita para combatir, desde su seno y sin demora, esta vergüenza insoportable. Y para que la violencia de género, con resultado de muerte o no, pase a ser uno de los primeros dolores y preocupaciones de los ciudadanos. Es un sueño, es un deber. Puede no ser una utopía".

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