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Arden las redes sociales y la prensa internacional por el impune sacrificio del legendario león Cecil en la lejana Zimbabue. Hasta el punto que el dentista yankee ejecutor no ha tenido más remedio que cerrar casa y negocio poniendo pies en polvorosa ante la amenaza de un linchamiento (literal, no metafórico) de sus propios vecinos.

Vaya por delante que estoy en contra del maltrato contra los animales, la caza furtiva y no entiendo qué puede tener de atractivo la cabeza de un león disecado en el salón de mi casa, con lo resultona que queda una fotito de alguna reunión familiar… o el dibujo destartalado y surrealista de mi hijo de seis años.

Pero lo que me inflama, lo que me enciende, lo que me exacerba… es la hipocresía de este Primer Mundo en el que vivimos.

Resumiendo. La población se subleva por la sumarísima ejecución de Cecil, con cadenas de mensajes, plataformas de firmas, manifestaciones en casa del cazador, etc…y no se solivianta por la situación en que viven desde hace DÉCADAS el país del león abatido.

Para ilustrar esta tribuna, les diré que Zimbabue es uno de los países más pobres del mundo. ¿Cuánto de pobre? Pues según diversas fuentes económicas, y con la frialdad de los datos, es necesario concretar que este país soporta una tasa de paro de entre el 70-80% de la población; ha llegado a tener una inflación de un ¡¡100.000%!!; la esperanza de vida es de 37 años en hombres y 34 en mujeres; se cuentan más de 3 millones de refugiados de Zimbabue que huyeron de la pobreza los últimos años; se estima que alrededor de ¡¡50.000!! niños mueren de hambre AL AÑO; la tasa de adultos infectados de SIDA asciende al ¡¡24%!! de la población; debido a su devaluación, el dólar zimbabuense fue suspendido en 2009, y la moneda circulante es el dólar americano, la libra esterlina, el rand sudafricano y la pula de Botswana.

Todo ello bajo los auspicios de la dictadura de Robert Mugabe, y la condescendencia de los gobiernos occidentales que lo consienten, permiten y hasta le ríen las gracias.

Y a cambio, es el propio gobierno del Sr. (por llamarlo de alguna forma) Mugabe, el que expide permisos de caza como el que reparte octavillas en el metro.

Y nos escandalizamos por la muerte de ¡¡UN LEÓN!!

Cecil no fue el primero. Hubo cientos de leones antes que él, y mientras usted lee esta tribuna de opinión, se estarán organizando nuevas partidas de caza. Pero no se engañe, eso no es lo más grave. Lo peor es que mientras usted apura las últimas líneas de la presente columna, UN NIÑO HABRÁ MUERTO DE INANICIÓN.

Este es el puñetero Primer Mundo en que vivimos, donde la vida de un león vale más casi que un país entero.

Como diría el irrepetible Fernando Fernán Gómez… ¡A LA MIERDA!

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