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¿Alguien puede pensar que los partidos independentistas no eran conscientes de que llevaban a su pueblo a una fractura irreconciliable y de consecuencias nefastas?

Y Rajoy se mantuvo fiel al guión, envuelto en su bandera con flecos dorados que tantas alegrías y votos le ha dado. Se sintió don Pelayo y Viriato a la vez. Recordó aquella enseñanza de su viejo profesor —“la calle es mía” y “esto lo arreglo yo en una semana”—, cogió su casco, su Tribunal Constitucional y su policía armada y se lanzó a conquistar a los revoltosos y sediciosos catalanes. Y actuó como quien no tiene otra razón, con la brutalidad propia de un gobernante totalitario y antidemocrático. Como diría el escorpión, es su condición, y nadie esperaba menos de él y su Gobierno.

Que ha puesto a España en el muro de la infamia en todo el mundo nadie lo puede discutir, pero tampoco se puede olvidar con ligereza y cierta irresponsabilidad la actuación de otros políticos que tampoco están exentos de culpabilidad de lo que ha pasado en Catalunya. Y lo que es peor, es que casi todos, como Rajoy, lo han hecho con el peor agravante que puede tener un delito: la premeditación, a sabiendas de que su forma de actuar podía terminar en una situación como la que se ha vivido y se sigue viviendo.

¿Alguien puede pensar que los partidos independentistas no eran conscientes de que llevaban a su pueblo a una fractura irreconciliable y de consecuencias nefastas? No creo en la inocencia de quienes han sido, cuando les ha convenido, cómplices y socios de los partidos más españolistas, incluso del PP. Ni de quienes han protagonizado la etapa más vergonzosa de la corrupción en Catalunya, con su deshonorable a la cabeza.

No creo tampoco en los buenos propósitos de los que han manipulado con descaro información acerca del futuro que le deparaba a su pueblo una posible independencia, (recomiendo la entrevista Borrell - Junqueras). No creo en la integridad de quienes siguen con su estética antisistema y estaban hasta ayer rodeando el congreso, luchando contra los desahucios, impidiendo la entrada en el Parlament de los que habían aplicado la política austericida de Merkel con más dureza en todo el estado español pero hoy pactan, abrazan, aplauden y jalean a esos mismos parlamentarios sin pudor alguno. O se abrazan a esos mismos Mossos que hace poco les apaleaban brutalmente hasta sacar un ojo con una pelota de goma a una manifestante.

Tampoco creo en quienes se saltan a la torera el estado de derecho, los métodos parlamentarios, burlan la justicia y se creen por encima de los ciudadanos que no piensan como ellos. Menos aún, creo, que ninguno de estos sean tontos y que por tanto sea casual la perfecta orquestación del aumento progresivo de la tensión y del enfrentamiento con la justicia y el estado español, ni tampoco las triquiñuelas y planes b del proceso del referéndum. Y todavía menos puedo creer que en esa hoja de ruta no estuviera prevista la desmedida respuesta del PP con Rajoy al frente.

Porque todo el mundo sabe que no podían arriesgarse a unas elecciones anticipadas, el CDC perdía votos a marchas forzadas, Junqueras no quería riesgos y la CUP con un buen acuerdo y gobernabilidad normalizada corria el riesgo de desaparecer, ampliandose la bancada constitucionalista peligrosamente para ellos.

Por eso, no me puedo quitar de la cabeza que todo esto estaba preparado para que terminara así, en escándalo monumental y mundial, irrecuperable, ilógico, que desviara la atención de la corrupción, la incongruencia y la ineptitud política. Y quiero pensar que se les fue de las manos, no puedo ni quiero pensar otra cosa. Aunque el resultado les ha salido más que redondo, mucho más halagüeño que en el mejor de sus sueños, sin duda.

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