Foto oficial del Gobierno de Pedro Sánchez. FOTO: TWITTER MONCLOA.
Foto oficial del Gobierno de Pedro Sánchez. FOTO: TWITTER MONCLOA.

Una de las más famosa fábulas atribuida a Esopo es la de La cigarra y la hormiga reescrita tanto por Jean de la Fontaine como, posteriormente, por el alavés Félix María Samaniego. Este pequeño cuento con moraleja se podría extrapolar al presente para resumir la política actual de gastos de este Gobierno.

Ejemplos paradigmáticos de ese entusiasmo por sacar la chequera serían: un Consejo de Ministros con cuatro ministerios más que el anterior; designación de un mayor número de altos cargos y asesores; utilización del avión presidencial con la alegría impropia de la austeridad requerida; ningún ahorro en chóferes y coches oficiales, al contrario; incremento del desembolso para atender la migración, tras el efecto llamada del Aquarius; transferencias presupuestarias e inversiones o subvenciones  al transporte en comunidades con fuerte presencia de partidos  nacionalistas, para mantener el apoyo parlamentario.

Fruto de lo cual el objetivo del déficit se ha relajado, ha pasado del 2,2 al 2,7 en un momento en que el incremento del PIB se ha frenado y, además, se estima que la realidad haga que se supere la desviación presupuestaria. Están prefiriendo gastar con júbilo y a manos llenas en el preciso instante en que la deuda roza el 100% del PIB, en que el sistema de pensiones actual peligra, ya casi sin nada en el fondo de reserva, y en el momento en que se ha estacando el ciclo de expansión económica.

Hasta ahora, en los dos o tres últimos años, eso se podía hacer, en cierta medida, porque el PIB en tasas anuales  se incrementaba fuertemente, por encima del 3%, y ese desequilibrio presupuestario se compensaba en gran parte con el incremento de la riqueza nacional. Pero si miramos al pasado reciente de la última década se observará que el gran salto de la deuda pública de España (se ha multiplicado casi por tres) se produjo durante  la época de crisis económica, en el periodo de Zapatero y posteriormente en la primera etapa de Rajoy, en un ciclo de contracción brutal  de la riqueza nacional  y se utilizó para financiar los servicios públicos sin provocar un crash económico descomunal, aumentando el riesgo del país y pagando una buena suma de intereses a los tenedores de la deuda a corto y a largo plazo, principalmente fondos extranjeros.

De ese modo, los recortes necesarios e inevitables fueron más suaves que si no hubiese habido financiación vía deuda, porque si no se sufraga por terceros los déficits, lo único que cabe hacer inexorablemente es nivelar las cuentas públicas, disminuyendo el gasto con menos prestaciones sociales y aumentando ingresos con nuevos impuestos, dado que el control monetario lo asume el Banco Europeo y ya no se puede utilizar por el Estado el método de fabricar más dinero que empleábamos cuando disponíamos de nuestra propia moneda.

El gran problema es que al no haber habido ahorro, con el actual nivel de deuda, cuando se acabe el ciclo expansivo de la economía y comience la recesión, no habrá margen para aumentar el pasivo y por tanto no podrá haber nuevos déficits. En esa hipótesis solo cabrían unos recortes subsiguientes brutales o pagar tasas altísimas de intereses que  incrementarían, a su vez, los recortes  posteriores o, incluso, la bancarrota, no reconociendo la deuda contraída ni efectuando el pago de las obligaciones y pedir, seguidamente, un rescate.  Nos estamos jugando en estos momentos nuestro futuro económico y, si no aprendemos de las hormigas y solo nos dedicamos a cantar y dilapidar, el invierno que se aproxime será muy duro.

Si el propósito del actual Gobierno es solo hacer propaganda para incrementar su apoyo demoscópico a costa del bolsillo de los ciudadanos se estaría comportando como la cigarra, despilfarrando el patrimonio de todos. Así, luego, vendrán otros que sufrirán el desgaste por ahorrar inevitablemente e implementar recortes y aprovecharemos para desahogarnos contra ellos, aunque el desastre fuese provocado por los gobiernos cigarras. Las hormigas trabajadoras tienen mala fama, porque no bailan ni dan espectáculo y nos muestran la cruel realidad  que no gusta asumir,  pero nos aseguran el invierno.

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