Antonio Gramsci, comunista italiano fallecido en la cárcel, es el ideólogo sobre el que gira toda la estrategia político-social de la izquierda española de unos años para acá, llámese en su versión ultraizquierda como es Podemos, o la socialdemócrata cual PSOE, aún no teniendo nada que ver con lo que se instala éticamente y en la grandeza del término en países centroeuropeos. Gramsci era todo lo contrario a Marx, una persona partidaria de ir a las calles y tomar posiciones frentistas contra posiciones conservadoras, cosa que nunca dio resultado. Ahí está la historia. Gramsci, prefirió armar diferentes "caballos de Troya". Es mejor inocularse en los estratos sociales donde anida el voto primeramente del centro derecha para luego ya, ir avanzando posiciones a líneas más férreas y no tan porosas de la derecha. De ahí también esa lucha por etiquetarse de centro, que al fin y al cabo es lo que decide la partida.
Seguramente al italiano, en esa penumbra carcelaria, se le olvidó hacer un inciso a lo español en su carácter. Somos inmediatez. De resultados notorios y para ya. Y la izquierda, en ese afán, se ha pasado de frenada, impulsando una agenda tan altamente cargada ideológicamente como separada de la realidad en cuanto a necesidades de la calle. Por tanto, huye de los barrios, de sus plazas, bares o calles, para desechar "el centro", empezando por lo que se debate. Suprime el diálogo o la pedagogía por posiciones extremistas y de imposición donde, o estás conmigo, o contra mí. Todo eso salpimentado con una superioridad moral en la batalla de las ideas que provoca rechazo.
Todos sabemos que a Clara Campoamor, icono feminista, la hubieran matado esas izquierdas que hoy vociferan su nombre con orgullo, con un ánimo tan cínico e hipócrita de prostituir la historia que tira para atrás. La izquierda lee a Gramsci pero no tiene la paciencia de saber medir los tiempos como era base fundamental en la estrategia del italiano. Inocularse, reventar los estratos desde dentro, orillando...
La izquierda no es Clara Campoamor, más bien parece una revolucionaria francesa con cuchillo entre los dientes y aguantando con la mano la maroma de la guillotina. Y una revolución como la feminista no se puede hacer con el 50% o 70% de la población en contra. Siempre se busca a un culpable. Se le enfoca como el génesis del problema. Gramsci hubiera dividido a la sociedad, pero en pequeñas porciones, controlando el juego de mayorías. La izquierda española se ha llevado por delante, presa de sus delirios y bisoñez, la presunción de inocencia del hombre, estigmatizándolo y haciéndolo culpable de sus desdichas. El feminismo era otra cosa.
La generalización en cuando a culpabilidad del hombre, la posición frontal contra la familia o la maternidad, el paternalismo guiado hacia la mujer haciéndole ver que ella es dueña de su cuerpo, pero "según para qué cosas ", o indultos tan cargados sectariamente de política e ideología como el de María Sevilla, dejan tocado y casi hundido a este movimiento que nunca se debió llamar feminista. Las mujeres sensatas, y que no hacen del revanchismo su día a día contra el hombre, huyen de lo que se debiera llamar feminazismo.
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