Argumentos a la izquierda
Argumentos a la izquierda

En una reflexión anterior, decía que la coherencia no es un valor que cotizara en Bolsa, para reflejar de una manera gráfica que es en política donde esta coherencia suele brillar por su ausencia. Reflexión que ha servido para que algún aludido, en vez de dar razones y justificaciones de su actuación incoherente con su discurso, entrara de lleno en pretender matar al mensajero, testigo directo o indirecto de una realidad objetiva e incuestionable.

En esta ocasión, salvo aquellos que viéndose reflejados se den nuevamente por aludidos y entren otra vez a descalificar al mensajero, sin hacer alusiones expresas, pretendo reflexionar sobre la lealtad, un valor qué en lo ético y moral, no es que no esté en alza, sino más bien en un manifiesto retroceso, siendo de nuevo en el plano político donde es mucho más evidente.

Se entiende por lealtad, según el diccionario de la RAE en su segunda acepción por “un sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos o hacia alguien”.

En política, por ejemplo, nada tiene que ver con la lealtad, cuando un presidente no informa a su socio de gobierno en asuntos tan delicados como la salida del país del ex Jefe del Estado, para huir de los escándalos de sus oscuras actividades como comisionista internacional, sin que unos ni otros sepan o se atrevan a decir cual es su paradero.

Igualmente, no se comporta con lealtad, quien siendo elegido para un cargo institucional, incumple de manera flagrante lo prometido, o quien por la razón que sea abandona una formación política sin dejar su acta de representación para seguir con los beneficios que ese cargo le confiere, convirtiendo su elección en un fraude, cuando no en una decepción dentro y fuera de su electorado.  

Dejo a la libre interpretación de los posibles lectores el siguiente relato, cuyo parecido con la realidad es pura coincidencia:

“Por determinadas y por legítimas o no, desavenencias internas, no en lo ideológico sino, más bien, en lo estratégico, un conjunto de militantes organizados como corriente abandona su organización política, inscribiendo su corriente como partido, para de inmediato de tapadillo, contando con cómplices necesarios, rompiendo el consenso, se adhirieren como tal a la plataforma electoral en la que estaba como miembro fundador el partido al que antes pertenecían y de manera paralela inscriben igualmente un nuevo partido con la denominación de la plataforma electoral a la que se habían adherido anteriormente. Todo ello, sin que ningunos de los cargos electos hayan puesto su acta a disposición de la organización por la que fueron elegidos, con la peregrina argumentación de que siguen en la misma plataforma electoral por la que se presentaron y fueron elegidos. Aplicando esto mismo incluso donde no se presentaron bajo esa misma plataforma electoral y sí bajo las siglas del partido que abandonaron.”

Si a las deslealtades a todos los niveles que sobrevuela lo relatado, le añadimos el fullerismo y el cainismo político, el afán de protagonismo y una más que evidente falta de coherencia política con el discurso respecto a la regeneración política que se predica de manera demagógica, sin olvidar la alevosía y falta de escrúpulo, en cuanto a los momentos en que se desarrollaron los hechos (plena pandemia), hace que nada tenga que ver con una verdadera conciencia de izquierda transformadora y motivadora de la que dicen representar.

A nadie se le puede escapar, que para los que sí creen que la lealtad es un valor insoslayable de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos y compartidos de la izquierda ideológica, se les hace muy difícil que vean a aquellos que la conceptúan como un valor menor prescindible, como compañeros de viaje recomendables para compartir un proyecto político renovador común. Son esos, los que han roto ese proyecto y el consenso, para después pretender erigirse en su único componedor, eso sí, con propuestas que no van más allá de eslóganes oportunistas en pancartas, y discursos repletos de lugares comunes, que con megáfono en ristre pregonan como únicas herramientas para hacer frente a la avalancha neoliberal que se nos viene encima. El trabajo y la elaboración de iniciativas concretas dentro y fuera de las instituciones la dejan para otros, para después pasar por el tamiz de su laxo concepto de lealtad el compromiso personal y organizativo de asumirlas, así como, de cumplirlas.

Puño en Alto

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