Odio en redes sociales. FOTO: ANIMALPOLITICO.COM
Odio en redes sociales. FOTO: ANIMALPOLITICO.COM

Todo aquel que me conoce sabe qué hace tiempo me perdí entre las redes de la misantropía. Dejándome atrapar por ellas, lentamente, a medida que cumplo años y que sigo en este mundo sin entender hacia dónde debo avanzar. Pero ha sido durante una pandemia ocasionada por un virus al que aún no hemos conseguido frenar cuando definitivamente he perdido la fe en la humanidad.

Sigo pensando, con más fuerza que nunca, que la naturaleza tuvo la desdicha de crear a un segundo sapiens para que este pudiera observar la abominación casual que la Madre Tierra acababa de crear. Y no me malinterpreten, no hago un canto al pesimismo, sino a la realidad.

He dicho adiós a la esperanza a golpe de clic, sin duda alguna una ironía de esta nueva y triste sociedad. Bastaron tan solo un par de semanas de confinamiento para comprobar que el arma más poderosa que el ser humano puede utilizar es el odio, camuflado entre palabras que son lanzadas a través de una red social.

Bulos, vídeos sacados de contexto, imágenes editadas, falsos testimonios… Un sinfín de recursos que ayudan a que día tras día el distanciamiento no solo sea físico sino también sentimental. Nos encontramos tal vez ante uno de los sucesos mundiales más terribles de los últimos cien años y aquí estamos, enfrascados en Facebook gritando “tú más y tú más”. Vecinos, amigos, familiares e incluso desconocidos, que pasan las horas alimentando el engranaje de una maquinaria movida por la conveniencia de los que por desgracia logran beneficiarse de esta guerra encarnizada que tarde o temprano nos destruirá.

Y he de confesar que yo también caí en la trampa y he formado parte de este juego, en el que ahora me arrepiento de entrar. Y no, queridos lectores, no he participado compartiendo en mi muro, haciendo reuit o colgando un post en Instagram. Caí en el grave error de querer frenar la mentira en favor de la verdad.

Maldigo así el momento en el que decidí dar argumentos, presentar fuentes serias, contrastar información para aportar un pequeño grano de arena y que así otros pudieran conocer el timo que les intentaban colar.

Finalmente he llegado a la triste conclusión de que debo parar. Por un momento olvidé que hay males contra los que es casi imposible luchar. Tal vez vuelva a abandonar las redes o simplemente me limite a no volver a intervenir en ellas y convertirme así en un mero espectador que ve como nada cambiará.

Corren tiempos difíciles, en los que el odio, como la pólvora, pueden hacer explotar a toda la humanidad. ¡Quién iba a decirnos que todos tendríamos ese famoso botón en nuestro escritorio con el que hacer al mundo explotar!

Carta al director de Miguel Ángel Ortega Domínguez.

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