Tuve ocasión de conocer Nicaragua y la revolución sandinista en 1986 como cooperante en el marco de un proyecto de la Coordinadora Pacifista (CEOP) en una brigada que impulsamos los entonces MC-LCR. Aquel proyecto se desarrolló en un asentamiento campesino situado entre Jinotega y Matagalpa denominado San José de las Latas. Situado a 1.500 metros de altura entre lluvia constante y el barro omnipresente, nuestro objetivo era construir casas para 30 familias desplazadas de la frontera con Honduras por la guerra de la contra. Fue una de las experiencias más impactantes de mi vida.

Eran tiempos efectivamente de guerra, de cerco y ataques por tierra mar y aire por parte de la llamada contra, alimentada y armada hasta los dientes por el gobierno norteamericano, que sólo desactivó definitivamente cuando el Frente Sandinista (FSLN) perdió las elecciones en febrero de 1990.

Asistimos a reuniones con dirigentes del Frente y a multitudinarias movilizaciones de apoyo al mismo. Pudimos escucharlos embelesados: ¡Una revolución triunfante, amable y sonriente de amplia participación popular! No nos engañaban, lo vimos con nuestros propios ojos. Los nombres de los dirigentes sandinistas formaban parte ya de nuestra mítica: Carlos Fonseca, Edén Pastora (comandante cero), Sergio Ramírez, Tomás Borge, Jaime Wheelock, Henry Ruiz, Bayardo Arce, Dora María Téllez, Ernesto Cardenal, Carlos Núñez… y claro los hermanos Ortega, Daniel y Humberto.

Escribía en 1986, tras terminar nuestra estancia en Nicaragua: “Nos hemos ido un poco acongojados. Hemos dejado sudor y nos hemos traído muchas cosas; sobre todo el calor y el cariño de una gente que cree en su futuro, que, pese a todo, pese al acoso, a las penurias, a los contras y a la guerra, es capaz de vivir, de sonreír y de confiar en ellos mismos. Hemos dejado también un poco de nosotros en esa tierra valiente, con el secreto deseo y el compromiso de volver”.

No se pudo cumplir aquel compromiso. En 2006 el Frente Sandinista volvió al gobierno de la mano siempre de Daniel Ortega. Pero ya nada era igual. Pronto empezaron a llegar las informaciones del enriquecimiento y de las corrupciones en el Frente Sandinista, que hicieron tambalear nuestra confianza en los procesos revolucionarios, llegando a pensar amargamente en que era muy difícil evitar su degradación y corrupción. Pronto también fuimos conociendo como buena parte de la antigua dirigencia se apartaba de Daniel y su ya diferente Frente Sandinista que había olvidado todos sus principios.

Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo han creado un régimen en el que se confunden el estado, el partido y la familia. Su opción por políticas neoliberales ha mantenido a Nicaragua como uno de los países más pobres de la región. Las restricciones de las libertades y los ataques a los medios de comunicación son una realidad que constatan todos los observadores.

La gota que ha colmado el vaso ha sido el intento en abril de reforma del Seguro Social con un incremento brutal de las cuotas por parte de trabajadores empresarios y jubilados. Ello ha originado una inmensa ola de protestas masivas sobre todo por parte de la juventud y los estudiantes. Unas movilizaciones que han sido reprimidas duramente como nunca si ha visto desde la dictadura de los Somoza.

Como ha denunciado el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH), la represión llevada a cabo por la Policía, pero también por fuerzas de choque del Frente Sandinista, se ha saldado por ahora con 46 personas muertas, muchas de ellas niños, y 400 heridos. Más de cien personas permanecen presas o desaparecidas.

Acuciado por las movilizaciones, Ortega ha retirado la reforma del Seguro Social. Pero no cede a crear una Comisión de la Verdad independiente que investigue todo lo sucedido y establezca las responsabilidades políticas y penales. Las movilizaciones continúan (y también la represión más dura). Ahora manifestaciones multitudinarias están exigiendo que el presidente deje el gobierno por la represión, la falta de democracia y la situación de extrema necesidad y pobreza de buena parte de la población.

Quizás quienes están destacándose en las mismas es el movimiento de mujeres, contra el que se ha dirigido buena parte de la represión del régimen. Las organizaciones de mujeres llevan una lucha desde hace años por el derecho al aborto y otros derechos básicos para las mujeres. Muchas de estas organizaciones son de defensoras de los derechos humanos en las comunidades, que llevan años organizadas en torno a la Iniciativa Nicaragüense de Defensoras de los Derechos Humanos de las Mujeres.

Así que, ante la decepción de un proceso transformador que no fue, la esperanza en estos movimientos de mujeres, aquí y allá, que hoy son avanzadilla de cambios sociales imprescindibles que han de venir.

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