Patera llegada a la playa de La Victoria de Cádiz.
Patera llegada a la playa de La Victoria de Cádiz.

Toda la gente preocupada por los derechos humanos nos sentimos conmocionados cuando una patera con 23 inmigrantes marroquíes naufragó en la playa de Los Lances de Tarifa. 18 murieron ahogados y el mar fue devolviendo poco a poco sus cuerpos. Una tragedia que fue reflejada por una impactante foto del gran Ildefonso Sena.

Fue el 1 de noviembre de 1988, hace ahora 30 años. No fuimos conscientes entonces de que aquella patera inauguraba décadas de tragedia permanente, décadas de muertes y de sufrimiento para miles y miles de personas cuyo único pecado es huir de la miseria y del hambre o de la guerra y las persecuciones.

Tampoco fuimos suficientemente conscientes entonces que aquel naufragio era el primero de muchos y que la responsabilidad era de políticas migratorias criminales que por entonces apenas se apuntaban. Pero enseguida, en los primeros años de la década de los noventa, lo pudimos comprobar.

En estas décadas hemos vivido situaciones tremendas que tenían como protagonista la vulneración de los derechos humanos y que nos han llenado de vergüenza. Habría que recordar la llegada continua de pateras a las costas de Tarifa en la década de los noventa y la persecución a cuantos vecinos querían ayudarles. Nos vienen a la memoria los sucesos racistas de las murallas de El Ángulo en Ceuta en 1995, o el campamento de triste recuerdo de Calamocarro con 2000 personas hacinadas en condiciones infrahumanas. La lista de naufragios con decenas de muertes sería interminable, pero ¿cómo no recordar la patera de Rota en 2003 cuando recogimos decenas de cadáveres en Valdelagrana y otras playas? En 2005 mataron en ambos lados de las fronteras de Ceuta y Melilla a 14 personas, sin que nunca se haya determinado ninguna responsabilidad.

Vivimos en 2006 la llamada “crisis de los Cayucos” con la llegada de miles de migrantes a las Islas Canarias. Mientras se fueron levantando los nuevos “muros de la vergüenza” en las fronteras de Ceuta y Melilla con sus concertinas criminales en las que el goteo de muertos ha sido continuo. Y el 6 de febrero de 2014 quince personas murieron como resultado directo o indirecto de los disparos de balas de goma y botes de humos de la Guardia Civil sobre personas que intentaban entrar a nado en Ceuta por el Tarajal.

La situación lejos de solucionarse se ha ido agravando como resultado de las mismas políticas absolutamente ineficaces, pero que provocan este horror cotidiano. Lo hemos visto este año con la falta de recursos y medios, por el caos y la absoluta imprevisión que ha provocado un trato absolutamente indigno e inhumano a las personas que han llegado a nuestras costas.

Muchas cosas se han ido modificando en las actuaciones puestas en marcha por gobiernos de uno u otro signo sin que en ello se notara mucha diferencia. Se implementó el SIVE por todas las costas españolas, tirando millones de euros al mar, pues no sirve para nada. Se desplegaron las patrulleras de Frontex y sus operaciones nombradas con rimbombantes nombres griegos. Cambiaron los métodos para cruzar el mar: de las primeras pateras de madera a las grandes neumáticas, y luego a los frágiles toys en el Estrecho, el uso de motos acuáticas, la vuelta de las pateras de madera.

Pero hay cosas que no cambian en esta guerra contra los migrantes. No cambian por ejemplo los reiterados intentos de comprar al régimen de Marruecos para que controle y reprima las migraciones, vamos para que nos haga de gendarme de nuestras fronteras, independientemente de que lo consiga a través de razzias, palizas, muertes, detenciones y deportaciones masivas en medio una tremenda y creciente vulneración de los derechos humanos.

Pero sobre todo no cambia la política xenófoba de gestión de los flujos de las migraciones que solo contempla la represión, el encierro y las expulsiones como únicos métodos de gestión. Se trata de un dogma, como el de la Santísima Trinidad, que los dirigentes europeos y los gobiernos españoles se niegan a reconsiderar, pese a su demostrada incapacidad para dar una respuesta democrática a los retos que nos plantean las modernas migraciones, pese a su comprobada ineficacia y pese a las enormes violaciones de derechos humanos y la cantidad de muertes que provoca.

Porque esas políticas son las responsables del sufrimiento y de las miles de muertes que desde hace 30 años venimos contemplando sin que se muevan las conciencias. En estos 30 años la APDHA ha podido contrastar casi 8.000 muertos y desaparecidos, que seguramente serán muchos más. Sólo en este año 2018 han perdido la vida 449 personas. ¿Cómo es posible que una sociedad democrática pueda tolerar sin pervertirse que miles de personas pierdan la vida cuando llaman a su puerta?

Este triste aniversario de aquellos primeros 18 muertos del 1 de noviembre de 1988 en Tarifa nos debe llevar a la reflexión y a la toma de consciencia colectiva. Ya no tengo ninguna confianza en que los gobiernos que sufrimos en Europa y España actúen de acuerdo con los derechos humanos. Mi esperanza está en que la sociedad civil no permanezca indiferente, no tolere como normal esta situación, no acepte resignada que los derechos humanos sean ignorados en nuestras puertas. Y se active, se movilice para exigirlo a quienes sólo respetan los intereses de los poderosos y se pliegan temerosos a los mensajes racistas y xenófobos que crecen en toda Europa.

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