Cádiz a primeros de mayo

El fin de semana pasado visitamos algunos de esos lugares impresionantes como San Felipe Neri o el monumento a la Constitución de 1912

Monumento de 1812 en Cádiz.
Monumento de 1812 en Cádiz.

Tras cuatro años de invasión extranjera, de expolio del patrimonio, de lucha cuerpo a cuerpo y sin cuartel, en el último reducto libre firmaron la Constitución. Pronto recibió un nombre ¡y qué nombre! ¡Viva La Pepa! Dos siglos después, aún permanece en el podio de las primeras constituciones históricas, tras la francesa y la de EEUU. No es poco este hito. Innovadora, espejo de tantas otras y resguardo de generaciones como inspiración de un futuro mejor. Ya se sabe, la historia y el espíritu de la razón.

Las Cortes de Cádiz determinaron algo revolucionario: que la soberanía no radicase en el rey sino en la Nación como expresión de todos los españoles. Imagínense el ambiente. Bajo el bombardeo, la ciudad abarrotada, acosada también por epidemias, y aquellos 300 diputados firmando la Constitución en San Felipe Neri. Unos 60 de ellos eran americanos, y progresistas que pronto se alinearon con la corriente liberal. El mejor director de cine español actual, Alberto Rodríguez, debiera hacer una película sobre este episodio. El texto constitucional establece un sistema electoral muy detallado, separación de poderes rígida, reforma de la tierra y el fin de los mayorazgos y de los privilegios fiscales para fomento de la agricultura y alimentación del pueblo, libertad de prensa, de trabajo… Abajo el Antiguo régimen.

El fin de semana pasado visitamos algunos de esos lugares impresionantes como San Felipe Neri o el monumento a la Constitución de 1912. Pero también otros simpáticos como el Café Royalty que conserva la decoración del local de diversión y conspiraciones que debió regir durante aquellos días de la invasión francesa. Pasear hoy por su retícula de calles y desembocar en esas plazas de Cádiz tan frondosas con sus argumentos civiles y los semidesnudos clásicos iluminados a través del follaje arboleo, despeja el espíritu. La ciudad goza de un sosiego perfecto en estos primeros días de junio. Además de calles vacías, locales para comer sin reserva y plazas y alamedas expeditas, el clima es sencillamente perfecto. No es necesario compensar la temperatura con un helado. La brisa fresca y dulce bajo los ficus de la Alameda conducen a un sopor de siesta idóneo para deambular, incluso con una niña de menos de dos años a cuestas. 

Lo peor debió ser cuando al final de la Guerra esta ola de progreso que se anunciaba se vino abajo. Retornó el ingrato Fernando VII, cobarde como gran parte de la aristocracia, ausente por una renta de Napoleón, falto de escrúpulos menos para consigo mismo. El pueblo asumió la defensa nacional y cuando volvió el rey anuló la Constitución y restauró el absolutismo.

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