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"Siempre que alguna televisión hace algún programa o serie de televisión de Cádiz suelo verlo, y siempre me quedo con la sensación de que la realidad no interesa".

Yo soy madrileña, una enamorada de la ciudad de Cádiz, de su provincia y de su gente, su cultura, su forma de ser, de vivir, de malvivir y de sufrir. Siempre que alguna televisión hace algún programa o serie de televisión de Cádiz suelo verlo, y siempre me quedo con la sensación de que la realidad no interesa, que esos programas nunca representarán a Cádiz, a su gente y a todas las maravillas que nos muestra su provincia. Y en este articulo os voy a dar mi visión, la provincia que yo he vivido, y la gente que me enamoró desde la primera vez que puse un pie en ella.

Siempre he dicho que es la provincia que llora mientras siempre te sonríe. La provincia de la lucha, de las lagrimas cuando se cierra una puerta de un autobús, un tren o un avión y no hay fecha de vuelta. La de las colas eternas, la del paro infinito, la que lucha por darle un futuro a los suyos, la que pelea por una vida digna, la de familias enteras que sobreviven gracias a abuelos.

La de que llora de puertas para dentro, para salir a ofrecerte la mejor de sus sonrisas. La que lucha contra la imagen que le quieren dar, la que sólo sale en la televisión por un temporal de levante, por el narcotráfico y por todo lo que está matando a una provincia que despide a sus hijos, a los que van a buscar un futuro que no encuentran en ella.

Pero yo conozco otra provincia, conozco otro Cádiz. El de las sonrisas, el que te ofrecen lo que no tienen para ellos, la acogedora, la que te da los buenos días por la mañana, la de vecinas en sus casas puertas, la de su maravillosa sierra llena de rincones escondidos con increíbles paisajes. La de la playas infinitas, maravillosas puestas de sol, la de sus tortillitas de camarones, su mojama, su atún rojo, su fritura de pescado, esos chocos que quitan el sentido, unas gambitas, el fino jerezano y sus maravillosos caballos, la del moscatel, la de los chicharrones, la de el atún en manteca, la de la gente ayudando a inmigrantes que vienen en patera.

La que pasea mirando al mar, la que se asoma por maravillosos balcones que dan a acantilados infinitos, la de la noche de las velas, la de las pieles hechas bolsos, la de un carnaval que cuenta su historia, la de coplas que levantan la voz contra todos aquellos que le quitan su risa.

La de los pescadores sin oportunidades, la de los barcos amarrados en los puertos de los que viven tantas y tantas familias, la de la frontera para pícaros, la de la frontera que a veces es sinónimo de trabajo.

Pero siempre, pase lo que pase la de la eterna sonrisa, la que te abre los brazos cuando llegas, la que canta como forma de espantar sus males. La del flamenco que llora, la de las alegrías, la que baila por bulerías, la del compás, la del arte, la gracia, en la que bailan hasta los caballos.

La provincia de Cádiz, grande gracias a su gente, grande a pesar de las dificultades, luchadora por los suyos, sonriendo a quien la quiere, sonriendo a quien la visita, y abrazando siempre al que viene buscando oportunidades que no tienen. Acogedora y maravillosa, así es la provincia que llora por dentro, pero que jamás te negará una sonrisa.

 

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