Barbate_Concentración_Foto 1_11.07.20_red
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Hoy es uno de esos días que me gustaría estar en Cadi, con todos esos amigos y conocidos, personas, todas, tan diferentes, y que lo mismo acuden al estadio que hacen el Carnaval; lo mismo van a trabajar a la universidad que al astillero. El año pasado estuve en el estadio por primera vez y me resultó muy emocionante. He ido a dos estadios en mi vida: a San Mamés y al del Cadi.

El ascenso del Cadi es el ascenso de toda una ciudad, podríamos afirmar con cualquier manual de psicología social en la mano. Una ciudad donde todo está muy interconectado, en la que el himno del Cadi lo recibió del Carnaval y el Carnaval es un crisol de capillitas y deslenguaos, de callejones y Gran Teatro Falla, pero en la que las clases tradicionalmente más altas no se mezclan con el agua. Unas clases sociales de la ciudad que alcanzaron, últimamente, un acuerdo de sociedad: la presidencia del Puerto Autónomo, que ya estaba dada, y la delegación del Estado en la Zona Franca, que se acaba de dar. Un acuerdo que se me antoja un intento clave para mantener a la ciudad en su orden natural, según algunos.

El ascenso del Cadi es un elemento más, quizá, en la recuperación de la autoestima de una ciudad abandonada a su suerte desde hace demasiado tiempo, con un gran desempleo, con una amplia economía informal, consecuencia de las estructuras y condiciones de pobreza y de verdadera falta de oportunidades de incorporarse a la economía formal, excepto que la opción sea la de emigrar. Yo soy muy poco furbolero, lo que no me impide ver al fútbol como lo que es: un enorme negocio y un elemento de integración social y de autoestima psicosocial; al menos uno más, y que se une a los que han ido apareciendo en los últimos años: la nueva Alcaldía es el más importante. Junto al puerto y a la Zona Franca, la integración funcional de la Bahía de Cádiz es, con toda seguridad, el reto más importante para el bienestar y el futuro de todos sus habitantes. Hay mucho por hacer y el ascenso del Cadi podría contribuir a ese we can de los estadounidenses.

La celebración previa al ascenso fue, sin embargo, todo lo contrario de lo deseable, con una concentración masificada y desentendida de la situación de pandemia en que nos encontramos, de la que solo cabe esperar que no se produzcan terribles consecuencias. Las estructuras, en este caso la cultural, lleva a algunos a quitarle importancia porque en otras partes ocurren cosas también, o porque la romería monárquica de los reyes por toda España ha concentrado a demasiadas personas juntas y a los reyes sin mascarilla. No cabe disculpa, y si se desean cambiar las cosas es hora de asumir las propias responsabilidades.

El desarrollo de Cadi va a ser el de la hormiguita, en Cadi no hay 30.000 millones como los que tuvo Bilbao para levantar un Guggenheim. Ni falta que hace, habría que decir. El futuro de Cadi está en su gente, en su sociedad más horizontal, en su imaginación y en su fantasía, y en seguir batallando para modificar las estructuras que tienen presa a la ciudad, sobre todo las estructuras de funcionamiento interno de la propia ciudad.

Desde fuera, Cadi es una ciudad en marcha, por más que su avance sea lento. El cambio del gobierno municipal fue un hito histórico y las cuentas de la ciudad han ido siendo saneadas y liberadas de una deuda inasumible que era un lastre. La clave está en la solidaridad, en el activismo social, en el compromiso individual con la comunidad. La pandemia nos ha mostrado el camino de cuál debe ser la política para las personas. Y sí, el ascenso del Cadi aporta una alegría a Cadi que no se debe despreciar.

Me han dicho que’ l amarillo está maldito pa’ los artistas, y ese color, sin embargo, es gloria bendita pa’ los cadistas…

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