El planeta no olvida

Los negacionistas se escudan en que la vida sigue a pesar de los avisos, como si creyeran que nunca pudiera acabar si no acaba en cuestión de días

Imagen del vertido cayendo sobre el mar. GIBRALTAR
Imagen del vertido cayendo sobre el mar. GIBRALTAR

La Tierra guarda todo cuanto se le hace, no se trata de un espíritu vengativo, sólo que sus heridas no se cierran con tiritas, pero el Planeta tirita, que es distinto y mucho más peligroso. De todo cuanto sufre, siempre le quedan rastros, daños que se van acumulando hasta formar una úlcera difícil de curar. Sin ser catastrofista y a pesar del negacionismo, ciego, es fácil darse cuenta que la deriva a que lo ha llevado la acción del ser humano es un peligro latente, una amenaza cierta. Todavía hay quienes se escudan en el ridículo y culpable “las personas son más importantes que los pajaritos”, como si las personas y “los pajaritos”, esto es: los animales, las plantas, la naturaleza en suma, fueran entidades contrapuestas y enfrentadas. Enfrentadas sí, por el ser humano empeñado en ser enemigo de su propia vida, porque sin naturaleza se agotaría la posibilidad de seguir vivos. Nada está hecho al azar, solamente la posible extinción de las abejas amenaza con gravedad la vida del ser humano porque sin polinización desaparecería la flora, lo que supone a corto plazo la extinción de la vida animal.

Los negacionistas se escudan en que la vida sigue a pesar de los avisos, como si creyeran que nunca pudiera acabar si no acaba en cuestión de días. “Vengo escuchando eso hace veinticinco años”, decía en el bar un “listísimo” negacionista, negador también de que los ciclos terrestres son “algo” más prolongados que los de una persona. Con el pretexto del “no pasa nada” (y si pasa que lo sufran las demás, yo me seguiré forrando), Francia ha horadado el Polo norte. La falta de éxito y la presión internacional la han hecho desistir, pero las prospecciones y las máquinas para realizarlas se han cruzado con los iceberg grandes y pequeños y los trozos de hielo casi descongelados sobre los que deambulan pingüinos perdidos, junto con las roturas de bloques en la Antártida, muestras inequívocas de que los polos han empezado a descongelarse. No se descongelarán en un año, pero nada más el respeto al planeta por el ser humano puede poner fin a la degradación.

Sólo han pasado dos años desde la terminación de “Después del último día”, novela que durante estos veinticuatro meses ha visto retrasada su publicación, y ya estamos viviendo alguno de sus vaticinios: por ejemplo, hay guerras en que, para el beneficio de algunos, el poder otanista involucra a muchos, quienes deben soportar sus consecuencias. O desde la UE se acaban de aprobar medidas que incluyen cortes de luz ¡de hasta cuatro horas diarias! Y no es lo único: la pobreza avanza y con ella crece también la repulsa a la pobreza como si fuera un delito, como si fueran “nuestros pecados” los que nos tienen enfermos y no los de quienes nos obligan a enfermar con la acumulación económica, ilegítima actividad creadora de miseria. Todavía, y cada vez más, se castiga a quien rebusca en la comida, como si el mal fuera buscar algo para comer y no la crudeza y la maldad de impedir que mucha gente pueda comer.

Parece que nadie se quiere dar cuenda de cómo nos acercamos al cataclismo, que es lo peor, porque todavía estamos a tiempo de evitarlo o, cuando menos, ralentizarlo y alejarlo en forma notoria, aunque, se puede insistir, todavía estamos a tiempo de evitarlo, porque con seguridad ninguna de las generaciones actuales conocerá ese holocausto en preparación y aumento, pero deberían pensar en sus hijos y nietos. Sólo tenemos que modificar nuestras costumbres. Las de quienes tienen el poder dado por el dinero, siendo un poco menos ambiciosos, un poco más humanos y más conscientes de que no alcanzarán a llevarse todo su poder a la tumba. Pero aquí todos tenemos mucho que hacer, unos renunciando a imponer sus condiciones alienantes y destructivas; los otros renunciando a seguir a los primeros. Es mejor la compra de proximidad que la consumidora de energía para el transporte de lo que puedes comprar al lado. Es mejor la compra de productos de proximidad que beneficia directamente a las familias y de aquellos beneficiosos para el comercio justo, para el reparto de la riqueza que no se debería seguir acumulando en cien personas en todo el mundo.

Tengámoslo en cuenta: ya estamos avisados, todo cuanto ocurra será responsabilidad exclusiva y plena de la especie humana en su conjunto.

 

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