Carteles de campaña en estas elecciones generales.
Carteles de campaña en estas elecciones generales. CANDELA NÚÑEZ

Los partidos son algo natural porque nacieron de la confluencia de ideas e intereses de las personas. Pero no son imprescindibles y menos aún insustituibles. En definitiva, son útiles a veces para sus miembros, pero no son necesarios. Al contrario, por culpa de la exclusividad que le otorgan algunas legislaciones, han acabado con la representatividad: ya no representan a nadie y nadie tiene motivos para sentirse representados por ellos. De hecho, los votantes no tienen posibilidad de ser realmente representados, los partidos los han suplantado antes que representarlos, se arrogan la representación de las personas que les otorgan su voto, como si el voto fuera una patente de corso, o una delegación sin más derechos ajenos al hecho mismo de depositar el voto.

Los partidos, con el tiempo, se han inventado un sistema a su medida y conveniencia: el sistema de partidos, por el que sólo dentro de sus listas la ciudadanía tiene derecho a concurrir a las elecciones y han basado su funcionamiento en el bi-partidismo, con palabras tan fáciles como huecas, del tipo de “voto útil”, “gobernabilidad”, o “gobierno fuerte”, términos muy escuchados últimamente por parte de Alberto N. Feijóo. Términos que denotan la deriva totalitaria de esas organizaciones —de unas más que de otras— y su ambición sin límites como centros de poder, aunque en el momento actual supeditados a otros poderes ajenos a los intereses del Estado y de los votantes. Y es que cuanto más poder tiene el gobierno, menos democracia se puede disfrutar. No se nos olvide.

La campaña del PP contra los partidos “pequeños”, o sea: los que han obtenido menor número de votos, es una campaña zafia y ruin. Los gobernantes que han obtenido mayoría absoluta han impuesto una forma de gobernar rayana en la dictadura,  por no llamarla plenamente dictatorial y eso no beneficia a la democracia, al contrario, la anula. Además, los partidos en general, pero los “mayoritarios” más, una vez elegidos se olvidan de sus electores y de sus propios programas —cuando los tienen— y gobiernan a su completo albedrío sin tener en cuenta las verdaderas necesidades de la población para imponer su criterio respaldado, más que por los electores, por las fuerzas fácticas. Eso no ocurre con tanta virulencia cuando el gobierno está compuesto por una coalición. Y esto es precisamente lo que más ha molestado a Feijóo, lanzado a llamar “gobierno fantasma”, “gobierno frankenstein” a un gobierno formado por una representación proporcional de la ciudadanía que los ha votado. Porque la democracia, Feijóo no debería olvidarlo, consiste en aceptar el criterio de la mayoría, pero respetando, no despreciando a las minorías.

Las minorías, es decir, las coaliciones, llevan al gobierno diversos criterios. Es sano y de Justicia que el resultado final sea la conjunción de todos ellos. En las coaliciones el elector está mejor representado, porque se tienen en cuenta varios criterios y en el caso del último gobierno en el Estado español, las minorías han forzado una sensibilidad más social, es decir, más justa que la de todos los demás gobiernos españoles. No se quiere insinuar aquí que Sánchez no hubiera tenido en cuenta las necesidades de la ciudadanía. Pero está claro que sin el concurso de los “pequeños” y aquí es imprescindible incluir a Podemos, incluso por quienes no somos podemitas, porque ha sido su acción, su exigencia, la que ha traído el pequeño avance social y gracias a él la relativa mejora de la economía. A cada cual lo suyo.

En resumen, las mayorías absolutas se acercan a la dictadura si no la practican deliberadamente. Las coaliciones ayudan a acercarse a las necesidades de toda la población, aunque no sirvan en igual medida a los intereses de la oligarquía. No es el interés de la oligarquía lo que es necesario defender, que se enteren Feijóo y los suyos. Es el de la mayoría el que debe predominar.

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