Ortodoxia e intransigencia

El andalucismo continúa en fase de despegue, por desgracia, porque ya debía haber despegado hace tiempo

Una manifestación andalucista, en una imagen de archivo.
Una manifestación andalucista, en una imagen de archivo.

La ortodoxia inamovible ha sido responsable de tantos enfrentamientos internos desde que empezó a dibujarse el reino de España y, lo que es mucho peor, del atraso social, cultural y económico de este reino todavía en construcción y cada vez con menos visos de verse construido. Porque construir es acción positiva aunque también se utilice para esconder y disimular la especulación más dañina. Pero ese es otro tema.

El mayor riesgo de las ideologías y de la praxis es la ortodoxia como vehículo de intransigencia con el agravante de que la primera se atribuye a sí misma una puridad, perfección, pulcritud y realismo de los que en realidad carece. El problema es la ortodoxia en un país heterodoxo. Consecuentemente, exige a los demás, a todo el mundo, los mismos «valores» auto-atribuidos. Dicho en lenguaje vulgar: la ortodoxia adobada de intransigencia es «más papista que el Papa». Exigir a todo el mundo el conocimiento y asunción exhaustivos de algo, para «permitirle» hablar de él, es otorgar licencias de buen andaluz, de buen flamenco o de buen loquesea. Es erigirse en juez de los demás, considerarse poseedores de la única y absoluta verdad.

El andalucismo continúa en fase de despegue, por desgracia, porque ya debía haber despegado hace tiempo. Es necesario imbuir, llenar de Andalucía las mentes, atesorar, no adoctrinar, pero sí formar. E informar, antes que juzgar. Acumular experiencia, criterios; olvidar y erradicar una erudición impostada conducente a la artificialidad. Criticar a quienes puedan cometer algún error respecto a lo andaluz o a su idea o pudiera contener lagunas, puede llegar a ser el mayor enemigo de Andalucía, porque impide su asimilación por una mayoría con información deficiente, a la que esa crítica no informa, en todo caso confunde y repele con una fútil exigencia de puridad absoluta y madurez máxima, en una estricta ortodoxia marxista, que queda por si ver si está en poder de quien lo exige a los demás.

Espíritus supuestamente «exquisitos», cerrados en su pretendida posesión de la verdad, con lo que se ven autorizados a enviar lecciones, a ser guías del resto, no se sentirán aludidos con estas líneas en tanto se consideran superiores. Pero ojalá todos los partidos, asociaciones, club, etc., hablaran de Andalucía con frecuencia, aunque no siempre acertaran plenamente en sus valoraciones. Porque abrirían interés, animarían el deseo de aprender, que dejaría de ser ínfimo.

Pero hay quien cree que aparentar exquisitez o exigencia, incluso a costa de no llegar a nadie, es «la» forma de defender Andalucía. También aquí habría que ver si pretenden defender Andalucía o acicalar y agrandar su propio ego personal. Todos quieren representar un papel que les queda bastante grande, pero, ciegos en su preeminencia, suficientes en su afectada superioridad, es justamente lo contrario de lo que creen —o solo dicen- perseguir.

Andalucía necesita más pedagogía, más aprovechar cualquier oportunidad para ensanchar el número de los interesados (e interesadas) en mejorar sus niveles, a partir de los detalles fundamentales de nuestro carácter activo, creativo, pero pacífico, innovador y generoso. Generosidad y menos despectivos críticos de todo aquello cuanto pudiera no cubrir el nivel mínimo imaginado por el artificioso endiosamiento de los propios exigentes más criticadores que críticos.

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