Expansionismo territorial

Marruecos y todos los países expansionistas del mundo, deberían aprender de Andalucía, de esa filosofía andaluza según la cual es mejor promover buenas relaciones con los vecinos

Una alcazaba de Marruecos, en una imagen de archivo.
Una alcazaba de Marruecos, en una imagen de archivo. JOSÉ JAVIER MARTÍN ESPARTOSA

El expansionismo territorial es un mal endémico que ataca a la humanidad desde su mismo principio. Ocupar las tierras de los demás, poseer sus riquezas, tener a sus habitantes de servidores y casi siempre de esclavos, ha sido una constante. En el principio de la historia, si la historia tuvo principio, era hasta comprensible: cada tribu ocupaba un espacio reducido, del nacimiento de las primeras ciudades y de la unión de varias tribus nacían las ciudades-estado, se formaban los primeros estados. Al principio rodeados de tierras de nadie, es decir, de sus escasos habitantes, sin organización administrativa alguna, parece normal que las ciudades-estado y los primeros estados constituidos se expandieran alrededor, integrando aquellos territorios inconexos, bien por acuerdo con sus habitantes, bien por imposición o por conquista. Así se formaron los primeros grandes imperios, movimiento continuado durante toda la Edad Media, cuando los estados no eran entidades en sí mismos, no gozaban de personalidad jurídica, sino que eran propiedad del rey correspondiente.

Durante muchos siglos los movimientos territoriales, el paso de un territorio de un Estado a otro, o de no ser nada a un Estado, se ha venido dando con una naturalidad que hoy resulta extraña, consecuencia de ver los hechos históricos con mentalidad actual.

Las guerras fronterizas, las anexiones de territorios y de estados constituidos, la inexistencia de fronteras definidas, los cambios de extensión de muchos estados, no podían ser eternos. Y aunque pasadas las guerras medievales, las modernas y los grandes enfrentamientos contemporáneos, los estados se fueron consolidando y definiendo fronteras, todavía perviven algunos imperios producto de rapiña conquistadora, encabezados por el ruso y el norteamericano, a quienes otros pretenden emular y ¿qué mejor manera que “cogiéndose de la manita” del más rico; el que, una vez ocupado su continente, descubrió que era más práctico dominar a los demás mediante la imposición de gobiernos títere ó la creación de conflictos internos, entre otros métodos aún menos dignos, que integrarlos en su propia gobernanza?

Historiadores y políticos marroquíes consideran “Marruecos” a los imperios almorávide y almohade, en realidad conquistadores nacidos en el desierto, ocupantes de territorio marroquí entre otros. Pero incluso aquel espacio, no Estado hasta la llegada de los almorávides, no se corresponde con el Marruecos posterior, mucho más reducido que el actual. Carece de sentido que esos imperios, una vez constituidos tras la conquista de territorios vecinos sean considerados marroquíes, simplemente porque eligieran Marrakech para instalar su capital. El mismo derecho asistiría entonces a Andalucía, por los años en que esa capitalidad estuvo en la ciudad de Sevilla. La diferencia es que Andalucía, antes y después de ser conquistada, nunca ha sufrido la fiebre expansionista, pues le ha bastado con expandir su cultura, generoso regalo a todos los pueblos del mundo, lejanísimo a la ocupación colonial pretendida por Marruecos desde el siglo XVI, cuando, ansiosos de posesión de la cuenca minera y los campos de sal del Sahel, enviaron al ejército formado por andaluces a la conquista de los territorios al sur, porque el propio había fracasado, hasta el mismísimo oeste del Sudán. De ahí que Diego Guevara-Yuder Pachá fue detenido con engaños y ejecutado, porque en vez de poner aquellos territorios a los pies del Califa, los andaluces decidieron cumplir su sueño y se instalaron en un lugar dónde fue posible disfrutar de un hogar.

Marruecos y todos los países expansionistas del mundo, deberían aprender de Andalucía, de esa filosofía andaluza según la cual es mejor, más productivo, promover buenas relaciones con los vecinos, sostener la paz, absorber todo cuanto se pueda aprender de los demás y ofrecer a los demás la sabiduría y la cultura propias. El expansionismo no puede acarrear más que enfrentamientos, durante la etapa de conquista y después, por la diferencia entre comunidades conquistadas y comunidades de la entidad conquistadora. El expansionismo es anticultural porque destruye una de las dos culturas, generalmente la conquistada y muchas veces las dos, porque, como mínimo, lo primero que hace es prostituirla al tergiversarla para copiarla.

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