El día que los soldados…

Se puede enfrentar medio mundo al otro medio y permitir que los pueblos se destruyan entre sí aunque siempre y en todo encuentro habrá unos más perjudicados que otros

Un soldado, contemplando un ataque de las tropas rusas en Ucrania.
Un soldado, contemplando un ataque de las tropas rusas en Ucrania.

El día que los soldados se atrevan a negarse a disparar, se acabarían todas las guerras. Ya ocurrió en Rusia cuando el fracasado golpe de Estado, o en Portugal, cuando los claveles florecieron sobre los fusiles. Pero la estructura mental del ser humano es así de pobre y se considera lógica la obediencia a un ser “superior”, un político que tras la protección de su confortable despacho lo envía a matar y a morir. Alejandro, al menos, tenía más arrestos: Él ganaba batallas porque avanzaba el primero, delante de sus soldados. Pero eran otros tiempos. En todos los sentidos. Hoy, cercanos los cuatro meses desde el comienzo del conflicto armado más absurdo entre los absurdos y más cercano aún el principio de su olvido, imposibilitados para mantener la emoción acostumbrados a verlo todo con la mayor naturalidad, empieza a hacerse habitual, lo peor que puede ocurrirle a cualquier desgracia. Es muy loable la solidaridad con Ucrania. Y lo sería más si también se hubiera dado con la población del Donbass masacrada por los paramilitares del regimiento Azov, financiado por el gobierno ucraniano.

Desgraciados y duraderos enfrentamientos que permanecen olvidados hace tiempo. Ya empieza a bajar el nivel informativo hacia la guerra en Ucrania y a consecuencia de ello el interés general. Ya dejó de ser actualidad la devastación de Siria, el eslabón de la cultura helénica que la unió al Renacimiento, víctima del conflicto permanente Oriente-Occidente. Nadie se acuerda del Yemen, destruido por el hacha destructora de Arabia Saudí. Pero a nadie puede enfadar ni enfrentarse a Arabia porque no conviene al “Gran Gendarme”. Nadie frenará el exterminio de los yanomamis, pero Brasil es “adscrito a la causa” y se le puede permitir todo excepto decidir por sí mismos. Nadie recuerda ya estos conflictos ni ninguno de los muchos enfrentamientos armados en distintos lugares del mundo. Contra ninguna de estas agresiones hay embargo; estos conflictos ya están asumidos con normalidad, ya forman parte del normal desenvolvimiento del mundo hasta el punto de que ni siquiera son noticia en prensa, ni en informativos de radio o TV. ¿Será porque estas víctimas tienen la piel un poco más oscura, por lo que los medios no le otorgan ni remotamente el interés informativo desarrollado cuando la guerra es en Europa?

Será difícil enfrentarse a los esclavistas ejércitos mercenarios de un continente y a los millonarios capos de otro ú otros. Pero no será por no gastar, no será por el costo armamentístico de terminar con unos y otros, traficantes de drogas, diamantes y metales; será más bien por el costo económico de acabar con unos negocios con los que los intermediarios equipados con armamento occidental y algunos con disfraz de guerrillero, enriquecen a unas cuantas familias de capos directivos del orden mundial.

Se puede alargar un enfrentamiento para doblegar la voluntad de un o unos pueblos y para, de camino aunque en primer lugar, amamantar a la industria del armamento; y sobre todo para obligar a no pensar y acostumbrar a obedecer a un nuevo orden ya caduco antes de terminar de imponerlo. Se puede enfrentar medio mundo al otro medio y permitir que los pueblos se destruyan entre sí aunque siempre y en todo encuentro habrá unos más perjudicados que otros. Y así, para desgracia de la convivencia y el decoro se puede hacer posible que el enfrentamiento, la destrucción, la guerra, termine por sentirse como un suceso habitual. Por eso “conviene” alargar los conflictos además de los beneficios reportados por su mantenimiento y porque a cada conflicto bélico se contribuye mejor a disminuir la población mundial. Que “ni va a ser posible alimentar tanta gente” ni el automatismo, alienamiento y conformismo del nuevo orden precisa una población tan numerosa.

El día que los soldados se nieguen a matar y morir no habrá más guerras.

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