La dana y el egoísmo

"Hace poco tiempo muchos continuaban considerando al ecologismo enemigo de la civilización y del progreso. Ahora siguen desviando ríos y cegándolos"

"Siguen darse cuenta de su egoísmo". Inundaciones en Alemania el pasado año. RTVE.
"Siguen darse cuenta de su egoísmo". Inundaciones en Alemania el pasado año. RTVE.

De vez en cuando anuncian otra, pero no llega. Menos mal. ¿Demasiada ligereza, ganas de figurar…? Puede que no, pues parece estar al llegar. De nuevo se habla de otro frente frío similar a Filomena aunque menos virulento, pero esta vez se están preparando por si llega. El egoísmo es humano, solamente humano. Y la dana es su hija, pero no es egoísta. Es una respuesta de la naturaleza, porque la naturaleza se mueve por lógica, por instinto. No máquina. Castiga, pero no confabula, no conspira. No va con segundas intenciones. El tiempo no es una ciencia exacta, por eso no engaña, aunque equivoquen las apariencias, que solo falta un cambio de viento para que el tiempo sea lo contrario de lo esperado. Ni la lluvia, ni el viento, ni los árboles, ni los animales, pueden ser egoístas. Egoísta no hay más que un ser vivo: el ser humano, cuanto más poderoso más egoísta, salvo honrosas excepciones, el que en vez de aprovechar las opciones ofrecidas por la Tierra, soberbio y ególatra se coloca frente a ella; frente a, no, peor aún: contra ella.

Hace no más de treinta años "locos" era el epíteto más suave aplicado a los defensores de la naturaleza con acusaciones como "olvidar al hombre que es más importante que los animales y las plantas". Cambiar la naturaleza, dominarla "domarla" decían muchos como si de un animal salvaje de tratar, era un mérito. Un triunfo. Algún tiempo antes, el ser humano no destruía "actuaba" sobre la naturaleza "como cualquier otro elemento". Sin embargo, el viento, el agua y los animales comían hierba y plantas, pero no acababan con ellas, bebían agua sin agotarla, se bañaban sin envenenarla. Lo siguen haciendo igual. Aparte del mosquito ningún ser vivo tiene por única misión hacer daño, salvo el hombre y su proliferación descontrolada, también obra humana. Cuando una especie crece desproporcionadamente, la razón está en la falta de depredadores, obra humana también. Han tardado en darse cuenta de su error; muchos todavía no se quieren dar cuenta.

Hace poco tiempo, y menos poco, muchos continúan considerando al ecologismo “enemigo de la civilización y del progreso”. Se sigue desviando ríos o cegándolos, o se abren pozos disminuyendo la humedad terrestre y la cantidad de agua dulce, imprescindible para la pervivencia de cultivos y animales, humanos incluidos. Pero siguen sin querer darse cuenta cerrados en la inmediatez de su egoísmo. Desviar un río es un crimen contra la naturaleza, o sea: contra la vida, la humana también, porque disminuye la humedad del entorno al imprimir más velocidad al paso del agua. Igual que cegarlo porque es un crimen para el ser humano y animal. Al desecar una laguna no se gana terreno, al contrario, se pierde humedad y con ello se disminuye la fertilidad en ocasiones hasta eliminarla por completo. Los resultados son fenómenos violentos e inesperados, y cuando se forma la gota fría las pagamos todas juntas. Lo peor es que lo pagamos todos, no sólo los responsables.

Cuando aquel irresponsable, hoy comentarista deportivo, decía "la gente no está ahora mismo para que le hablen de naturaleza", olvidaba o ignoraba, imprudente y temerario, que la riada del Aljarafe había sido provocada por la canalización de uno de los arroyos que lo atraviesa. Lo mismo está ocurriendo en las últimas “danas” sufridas. El riesgo de desbordamiento de un río no se evita cegándolo ni desviándolo, al contrario, se crea un problema nuevo porque con la falacia de “liberar terrenos” se ocupan sus márgenes, que quedan expuestas ante la presión de fuertes lluvias, porque el agua siempre busca las pendientes naturales, entre las que, las más sensibles son precisamente las ramblas, torrentes, cauces secos y cauces de ríos cegados o desviados. En caso de entubamiento el agua discurre por debajo, serena, en caso de desvío, la corriente habitual surca por otro lugar. Pero su pendiente permanece sin posibilidad de desvío o cambio. Y cuando llega la lluvia fuerte o persistente, el agua vuelve a discurrir por su antiguo cauce. Esta vez sin freno.

Se anuncia una nueva dana, pero solo una ciudad está haciendo caso. Quizá el error de la previsión atmosférica aviva el de la imprevisión humana: el desvío de ríos y arroyos puede mejorar la especulación. Por lo tanto, ya es hora de acabar con tan perniciosa lacra.

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