Celebrar derrotas

Avanzado ya el siglo XXI, celebrar y jalear aquellas conquistas es recordarnos, humillarnos en el recuerdo de haber sido conquistados y reducidos en nuestros valores y en nuestra cultura

Toma de Granada celebrada este año.  FACEBOOK
Toma de Granada celebrada este año. FACEBOOK

El pueblo andaluz debe ser el único que celebra sus derrotas y aclama a los vencedores. Hemos olvidado nuestra historia y, como bien sentenció Churchill nos hemos obligado a repetirla todos los años. El 2 de enero de cada año se celebra la última, el primer día de la vergüenza del año en que un concejal desde el balcón del Ayuntamiento ondea la bandera símbolo de los conquistadores y los jalea al gritar tres veces “¡Castilla, Castilla, Castilla!” Pero no es Granada la única en festejar su propia conquista por tropas extranjeras, porque quien ha nacido en Andalucía no puede ser “moro” como quien ha nacido en Sudáfrica no puede ser egipcio. Junto a ella lo siguen festejando las autoridades de Almería, Jerez, Málaga o Sevilla, a mayor oprobio de quienes sufrieron persecución, fueron masacrados, obligados a huir a la otra orilla del Mediterráneo porque la obsesión de los reyes colonizadores era echarlos de su tierra para acabar con el carácter independiente, acogedor, culto, trabajador y emprendedor de los andaluces.

Porque como ya se ha dicho, quien ha nacido en Andalucía no puede ser más que andaluz es una cuestión axiomática. Porque incluso los descendientes de moros, árabes, sirios o sarracenos, en su conjunto eran una minoría entre los dos millones y medio de béticos (de la Bética) o andaluces, cuando aquellos quince mil llegaron en sucesivas migraciones entre principio del siglo octavo y el décimo. Tan sólo quince mil en doscientos años, aunque los seguidores de la historia oficial dictada por un rey analfabeto se sigan empeñando en hablar de “invasión de España”, a pesar de que los godos, verdaderos invasores, impuestos a sí mismos como una casta superior y opresora, nunca se consideraron “españoles”, sino habitantes del reino godo de Toledo. Por eso está claro y todos los historiadores honrados lo reconocen, no hubo ninguna “reconquista”. Solamente una conquista, sin “re”. Una conquista que marcó el principio de la decadencia de Andalucía, que de un país rico pasó a ser la Comunidad más pobre y peor tratada de Europa, no sólo del reino de España.

Andalucía debe su decadencia al abandono a que ha sido sometida históricamente, primero por los reyes de Castilla, interesados en borrar su historia, su cultura, su arte y su economía para dominarla mejor, continuado por los reyes y gobernantes de España con el mismo fin y rematado por las autoridades europeas. Eso explica que la diferencia entre la Comunidad andaluza y las mejor situadas en los “ranking” sea una brecha cada vez más pronunciada, cada vez más  grande. Y esa diferencia, esa brecha abierta y nunca cerrada por falta de voluntad de los dominadores, la debemos a aquellas conquistas de la Edad Media, porque las condiciones objetivas de dependencia forzada semejante al colonialismo, no han cambiado en lo esencial.

Avanzado ya el siglo XXI, celebrar y jalear aquellas conquistas es recordarnos, humillarnos en el recuerdo de haber sido conquistados y reducidos en nuestros valores y en nuestra cultura. Y en las posibilidades de desarrollo en igualdad de condiciones con cualquier otra Comunidad o cualquier País. Si el Estado español, pese a haberse construido a base de guerras, creyera en la igualdad de todos los pueblos que forman parte de él, esas fiestas no se celebrarían, porque no se querría humillar a unas comunidades por otras. Esa actitud siempre supondrá un desfase, una incongruencia perjudicial para una parte. Aunque no se dieran tan graves secuelas de aquellas conquistas, aunque no se nos continuara haciendo dependientes y damnificados por su continuismo, cosa difícil porque está en su naturaleza, el solo mantenimiento de la celebración de un hecho de guerra es anacrónico, atrabilario y contradictorio. Sería un detalle que las propias autoridades de cada ciudad, de la Comunidad Autónoma y del Estado, acabaran  con esas fiestas incoherentes y trasnochadas, aunque no existiera presión popular.

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